domingo, 2 de diciembre de 2018

una decisión inoportuna


Creo firmemente en que las decisiones plebiscitarias de los ciudadanos son soberanas y por tanto los ejecutivos deben amoldar sus políticas a sus resultados. De lo que no estoy tan convencido es de que las decisiones de los políticos a la hora de convocar esos refrendos sean adecuadas y ponderadas cuando se realizan en momentos de zozobra ciudadana y crisis económica. Entiendo que en este caso adolecen del necesario reposo y sosiego que la situación requiere.
La convocatoria del referéndum del brexit por parte del primer ministro Cameron, en plena crisis económica mundial, quería poner fin al acoso político al que estaba sometido y a ese descontento abstracto pero latente en la población británica. Pero sucedió como en la mayor parte de los casos.
La consecuencia de una mala decisión política liquida del mapa electoral al actor que deja un testamento perverso para los gobernados y sus sucesores en el cargo. Generalmente esas consultas populares vinculantes suelen confrontar el estatus vigente con una situación anterior que destapa añoranzas en un importante sector de población que tiende a ser más conservadora que innovadora. Y ahí se corre el riesgo de alimentar las nostalgias de un glorioso pasado frente a un futuro en construcción y por tanto incierto. Las consecuencias de una victoria de esas posiciones, por muy legítimas que sean, pueden interpretarse como una forma de lastrar el futuro de la población más joven y dinámica que había interiorizado su condición de ciudadanía europea. Sobre todo si tenemos en cuenta que el voto a favor del brexit se dio mayoritariamente entre los ciudadanos de mayor edad y las zonas más rurales del país, donde el nivel de estudios y formación en notablemente inferior al de los jóvenes y habitantes de los grandes núcleos de población. En definitiva, se ha alcanzado un acuerdo con la Unión Europea pero Gran Bretaña sigue profundamente dividida. Los que tienen más pasado que futuro han decidido el futuro de los que apenas tienen pasado.
El último informe del Banco de Inglaterra es demoledor. Una salida abrupta supondría una reducción del 8 % del PIB, y la inflación se dispararía al 6,5 %. Incluso con el acuerdo alcanzado la reducción del PIB sería de un 3,9 % en los próximos años.
A la vista de estas previsiones internas uno se pregunta ¿dónde está la oportunidad de haber convocado esta consulta? ¿fue una decisión política racional? No tengo claro el tiempo que va a durar esta situación pero me temo que el debate del brexit seguirá entre los británicos como una noria durante muchos años.

jueves, 1 de noviembre de 2018

"coordinadores de intimidad"


No me considero nada mojigato ni conservador ni mucho menos reaccionario. Mi tendencia es justo la contraria en muchos aspectos de la vida, sin perder un ápice de respeto a los que no piensan como yo. Pero creo que hay profesiones que llevan las cosas a unos extremos que me cuesta asumir. Y no me refiero a esas de nuevo cuño relacionadas con las nuevas tecnologías y a muchas otras que están por inventar. Hablo de algo más clásico, más relacionado con nuestra vida y nuestro ocio. Hablo del cine, el teatro o, últimamente, las exitosas series de televisión.
Entiendo que un periodista se juegue la vida en una guerra para narrar los hechos de primera mano. Entiendo el afán de superación y de reto personal de los que se dedican al himalayismo. Entiendo los chutes de adrenalina que tiene mucha gente asumiendo riesgos en una vida aventurera al límite. Pero lo último que he leído estos días me ha dejado francamente perplejo, aunque por lo visto no es nuevo a pesar de mi ignorancia sobre su existencia.
Al parecer, según publica la revista Rolling Stones y recogen otros medios de comunicación, la cadena HBO, a petición expresa de una de sus actrices, acaba de contratar a “una coordinadora de intimidad” para algunas escenas de sexo. En principio la noticia resulta un tanto peculiar. Lo que me ha dejado perplejo es que la tal coordinadora ya ha trabajado asistiendo a esa actriz en algunas escenas de sexo oral. La terapia consistió, según relatan los medios, en mantener una charla con ella sobre sus preocupaciones antes de la escena y transmitírselas al director, y posteriormente, durante el rodaje, le ofreció una almohadilla para sus rodillas y spray bucal y lubricante con sabor para utilizar entre toma y toma.
¡Oiga! ¡Pero eso qué es! O yo soy incapaz de captar los matices o alguien está haciendo algo que no quiere hacer.
No soy ningún iluso y sé que hay películas comerciales con escenas de sexo explícito, al margen de las que se dedican al género. No me molestan ni me preocupan siempre que los protagonistas lo hagan por propia voluntad. A pesar de que hablamos de ficción. También hay realitys en los que la gente quiere exhibir sus miserias. Pero que hagas lo que no quieres por muy comecocos que te pongan de coordinadora para darle visos de pureza artística, eso sólo tiene un nombre. Me reafirmo con fervor en el movimiento #MeToo.

lunes, 1 de octubre de 2018

libros por metros


No cabe duda de que tener algún título oficial implica que has superado una serie de exámenes que acreditan que dominas una o varias materias. Pero tampoco cabe duda de que sólo acredita eso. He conocido personas que apenas sabían leer y escribir y jugaban al ajedrez como auténticos maestros. La inteligencia y la capacidad de relacionar movimientos o hechos, de percibir situaciones antes de que se produzcan en función de la posición de cada cual, de leer todas las alternativas que se dan en el tablero y en la vida, les llevan a decisiones complejas pero certeras para alcanzar la resolución de los problemas.
Todas esas opciones, esa capacidad de ponderar las actitudes y las necesidades para aportar soluciones no se incluyen en ningún título académico. Es lo que se llama inteligencia y se encuentra en mayor o menor medida en la naturaleza de las personas. Si a ello le añadimos el trabajo y la constancia, la coherencia y la reflexión, tendremos a un maestro en cualquier disciplina, incluida la de la vida.
Por eso no entiendo lo que está aflorando en los últimos meses entre los que se supone aspiran, o directamente lo hacen ya, a dirigir la vida de un país, la de decenas de millones de personas con necesidades, expectativas de futuro, aspiraciones de mejora para sus hijos y perseguir con anhelo la construcción de un mundo mejor para futuras generaciones.
Qué necesidad tiene alguien de comprarse un Master, falsificar un título o plagiar una tesis. Qué necesidad tiene alguien de parecer más de lo que es, de aportar unas credenciales que no ha obtenido en justicia. Qué vocación de servicio público tiene alguien que aspira a ejercer esa función social y loable y comienza mintiendo a aquellos a quienes quiere gobernar. Yo desde luego no confiaría en nadie que es un fraude de sí mismo. Creo que los títulos, obtenidos en buena lid, otorgan unas bases muy importantes al conocimiento y aportan herramientas a la inteligencia. Pero me parece muy poco inteligente coleccionar títulos sin el fundamento que estos otorgan. El único resultado de estas malas artes será exhibir públicamente unas carencias que irán desenmascarando a los impostores. Es como la gente que compraba libros por metros para rellenar las estanterías de casa y parecer lo que no era. No tenían ni idea de los contenidos, pero los libros ahí estaban. A veces incluso sólo eran lomos pegados unos a otros con el interior hueco.

jueves, 2 de agosto de 2018

trazo grueso


Siempre he sentido fascinación por las estilográficas antiguas. No son de usar y tirar como los bolígrafos. Esas plumas que encontramos en anticuarios, desvanes de casas centenarias o en los rastros de todo el mundo, encierran sentimientos, pasiones, iras, amor, frustraciones, desengaños y todo el abanico de sentimientos consustanciales a la vida de cualquier persona. A veces, incluso, son el reflejo de más de una vida. Sólo nuestra imaginación puede desvelar lo que esconden, lo que no se ve pero sabemos que está ahí. Son un preciado tesoro que mucha gente desdeña y otros adoran. Algunos incluso hacen negocio con el encanto que desprenden. Son objetos de culto que a menudo contienen el ADN de una saga familiar.
Su valor intrínseco trasciende al mero objeto. No importa quién ni para qué la haya usado. Es el vuelo libre de nuestra imaginación lo que le da sentido y contenido. Hay otros muchos objetos antiguos a los que el valor les deviene por el tiempo transcurrido.
Pero las plumas han hablado, se han expresado, han dejado un rastro, una cuidada caligrafía que, como cualquier obra de arte, va más allá de la estética y se adentra en lo que el alma del autor quería expresar. Por algo los textos manuscritos siguen siendo un
tesoro.
Pero en estos tiempos modernos todo tiene fecha de caducidad. Antes los objetos nacían sin valor. El tiempo y el uso les iban dotando de vida propia y enriquecían su bagaje y su historia en paralelo a la vida de las personas a las que servían. Hoy, en la época de los ordenadores, todo nace con un valor que se va agotando con los días, con las horas. Todo está programado para ir a menos. Una pluma puede reflejar la vida de muchas personas y varias generaciones. Ahora cada persona tiene en su vida tantos ordenadores como imponga la modernidad. Y la única huella que dejan está en “la nube”, esa especie de limbo que no se puede tocar ni interpretar. Es todo frío y aséptico. No hay trazos en los que hurgar ni tachones que nos expliquen la forma de trabajo de las personas. No se reflejan sentimientos, sólo caracteres.
Un plumín tiene la punta moldeada por el hábito de quien lo usa. La intensidad del trazo refleja incluso estados de ánimo, un carácter apacible o irascible, sensibilidad y cortesía. A un ordenador le pones el color, la intensidad o el tipo de letra que quieras. No es tu reflejo sincero sino lo que tú quieres que se vea de ti. Hay colegios que han cambiado la letra escrita
a mano por los ordenadores. Acabaremos cambiando el pensamiento por un chip programado. Todo será trazo grueso y lineal. Se acabó el tiempo de las sutilezas.

lunes, 2 de julio de 2018

“sonidos blancos”


Vaya por delante que tengo tres hijos y como todos los padres he tenido que utilizar mucho ingenio para neutralizar los berrinches de los primeros meses de vida de cada uno de ellos. A veces conseguía pequeñas victorias que me permitían encarar el futuro con optimismo. Pero el principio de realidad se imponía. Lo que sirvió para el primero resultaba ineficaz para el segundo y completamente inútil para el tercero. Era como si ellos también acumularan la experiencia de sus hermanos mayores.
He visto a muchos padres y madres llegar a unos niveles de desesperación que rayaban con la histeria. He conocido a progenitores que se pasaban las noches dando vueltas con el coche y el bebé a bordo. Por la mañana eran zombis que iban al trabajo a descansar. El colmo de la sofisticación lo presencié en casa de unos amigos. Cuando el bebé entraba en barrena colocaban el moisés sobre la lavadoras y la arrancaban en modo centrifugado. Las revoluciones que alcanzaba aquel artilugio sometían a tal meneo al pequeño que su resistencia acababa en derrota. Ese me pareció un avance significativo con respecto a otras técnicas más tradicionales, aunque quizá un poco molesto para el vecindario. En fin, cada cual se buscaba la vida como podía, se compartían experiencias con resultados inciertos.
Hace ya muchos años que pasé por esa fase y casi se me había olvidado lo persistente que puede ser un bebé. Pero hace unos días, mientras conversaba con una pareja de vecinos, observé algo inaudito. Su pequeño, de apenas tres meses, entró en esa fase en la que están muertos de sueño pero se resisten a caer. El resultado fue el esperado, comenzó a llorar y a gritar desconsoladamente. Cundió la alarma entre todos los presentes, menos en el padre de la criatura que no se inmutó. Siguió hablando con normalidad mientras sacaba su móvil del bolsillo. Lo colocó en la cabecera del cochecito del bebe justo al lado del oído de este y activó una app que comenzó a emitir un sonido extraño aunque familiar. El niño enmudeció al instante y el padre siguió hablando como si nada. Evidentemente todos preguntamos cómo había obrado el milagro. Volvió a coger el teléfono y nos dio a elegir entre varios “sonidos blancos”: Una aspiradora, un secador de pelo, una lavadora, los latidos de corazón, un ventilador, un coche en marcha, el sonido de una ducha, el golpeo de las gotas de lluvia sobre los cristales de la ventana, una radio antigua desintonizada o el sonido de una caja registradora antigua.
Sinceramente me pareció la versión digital del viejo truco de la centrifugadora. Veo que el llanto de los bebés sigue siendo una preocupación hasta para las nuevas tecnologías.

sábado, 2 de junio de 2018

ni fake news ni bitcoins


Es obvio que los nuevos tiempos, además del cambio climático, están llenando el planeta de
turbulencias políticas, sociales y económicas, una pandemia virulenta cuya cepa todo el mundo parece desconocer. Los tradicionales líderes se tambalean, las alternancias en los gobiernos se han quebrado, los partidos políticos analógicos, estructurados y organizados por simpatía ideológica, pierden fuerza y poder frente a los movimientos sociales emergentes, difícilmente identificables con cualquier catecismo ideológico de los conocidos, y las economías se parecen más a los ciclones tropicales que al siri miri de toda la vida. Sería fácil enumerar uno a uno todos los escenarios de esta especie de calderete riojano en el que cabe todo, pero es más sencillo y práctico situarlo a escala global.
Es como si el “surrealismo” se hubiera instalado cómodamente en el “realismo mágico” en el que pastaba gran parte de la clase política y económica desde hace muchos años. No hace tanto que la historia se contaba a través de las biografías de los líderes que habían abanderado los movimientos de masas y transformaciones sociales, era una especie de género literario aceptado y consolidado. Los líderes representaban y defendían ideologías que a su vez daban origen a partidos políticos para gobernar y sindicatos para equilibrar las relaciones laborales. Creo que ahora está todo diluido sin identificación de los elementos que componen la amalgama. Me temo que lo que está sucediendo en los últimos años exige la identificación de un nuevo relato, con protagonistas colectivos y anónimos que protagonicen y nos cuenten la historia que está todavía por escribir. Todavía no sé, supongo que nadie, a dónde va eso de la globalización. Le veo cosas positivas y muchas negativas, pero quiero que me devuelvan mi intimidad, que va ligada a la dignidad, y que no me la globalicen, por si acaso.
Es mejor no seguir porque me empiezo a agobiar. Echo de menos las cartas manuscritas, quiero seguir siendo de izquierdas sin tener que ir contra nadie, sólo para soñar con cambiar a un mundo mejor; me gustan las zapatillas de franela con cuadros marrones; quiero seguir leyendo los periódicos en papel y que las noticias me las cuenten los periodistas y no las redes sociales, porque las redes son para pescar y a mí no me gusta que me pesquen; y quiero seguir llamando al técnico de mi pueblo para que me arregle la tele sin tener que cambiarla por otra, a ver si así consigo ver los programas de antes y no los de ahora. No me interesan las miserias de la gente famosa. Prefiero que Aingeru me cuente los chascarrillos del pueblo mientras arregla el aparato y le pago en pesetas. Ni fake news ni bitcoins.

miércoles, 2 de mayo de 2018

diplomacia florentina



Sabemos que todas las épocas convulsas de la vida política y social han de llegar a un punto de sosiego y moderación porque la tensión permanente resulta insoportable para todos los agentes. El problema es que la propia naturaleza humana nos lleva a escalar en el conflicto hasta el agotamiento para, simplemente, no tener más remedio que volver al punto de partida y desbrozar nuevas posibilidades de alcanzar el mismo fin. El mito de Sísifo se ha convertido así en la hoja de ruta de la mayor parte de la clase política. Hay que buscar la confrontación hasta el final aunque el final sea llegar de nuevo al principio.
Algo así ha pasado en las últimas semanas en el mapa político español en el que se viven luchas fratricidas en las familias de las derechas e igual de cruentas en las de las izquierdas. La proximidad ideológica concita más envidia que pasión y más odio que amor. Pero eso no impide que mantengan una unidad de acción y una visión centrípeta compartida sobre el conflicto catalán y la aplicación del 155. Y entre tanta intriga palaciega, los súbditos del reino reclaman en las calles que se les devuelva la dignidad y el futuro que les pertenece.
Por fortuna hay excepciones que en tiempos de crisis desempolvan los principios de la interlocución, cooperación y respeto, al viejo estilo de la diplomacia florentina, y optan por desactivar los conflictos buscando puntos de encuentro que beneficien a todos, aun manteniendo muchas de las diferencias. En síntesis, la utilización de la astucia y la inteligencia frente a la “razón” de la fuerza, en la que siempre gana, evidentemente, el más fuerte.
Desde que el conflicto catalán entró en un aparente punto de no retorno en las relaciones entre el Estado y el Parlament, ha habido agentes activos que han desplegado de forma discreta por toda Europa, y entre las partes en litigio, una suerte de intermediación diplomática que a tenor de las declaraciones de las últimas semanas puede tener como resultado un diálogo civilizado y respetuoso que aporte algunas soluciones políticas asumibles, también en el plano de recuperar la dignidad y el futuro.
No es casualidad que los florentinos, los mismos que desplegaron una diplomacia singular, adoptaran el “David” de Miguel Ángel como símbolo de la ciudad, la victoria de la astucia frente a la fuerza. Ya sólo falta que los dioses levanten a Sísifo su castigo de subir y bajar eternamente una piedra de la montaña y se pueda trazar otra hoja de ruta que nos lleve a algún destino concreto. Al fin y al cabo las alianzas ya no se hacen para las guerras sino para conservar la paz.

lunes, 2 de abril de 2018

referentes


Creo que cada generación aporta muchas cosas al tiempo que le ha tocado vivir. Surgen movimientos sociales que abanderan causas a veces utópicas pero que despojadas del lirismo revolucionario y los caireles de la estética,  trazan la senda y van desbrozando el camino que hay que andar.
Particularmente, en el tiempo que me ha tocado vivir hasta ahora, he tenido dos experiencias que dejarían impronta en la vida de cualquiera. Me considero, por un lado, hijo pequeño de aquel mayo del 68 que levantó las alfombras de una sociedad europea anquilosada, anclada a unas tradiciones clasistas y conservadoras, y aportó nueva savia social y unos valores que parecían consolidados con los años. La preocupación por la naturaleza se socializó, el rechazo masivo a las armas como sistema de resolución de conflictos fue incluso capaz de paralizar guerras. Los jóvenes rompieron sus cadenas ideológicas y morales y apostaron por un mundo diferente,  mejor. Cayeron muchos tabúes. Se acuñaron eslóganes que desterraron viejas doctrinas y crearon nuevos espacios de pensamiento libre, creativo y rompedor. Había nuevos referentes sociales, intelectuales, personas e ideas. Esas fueron mis clases de catequesis de la vida.
Parte de esa generación fue también protagonista de otra fase importante de mi formación. La Transición, sus prolegómenos y su desarrollo. Fue una segunda etapa con muchos referentes. Descubrí y viví la política y sus potencialidades para provocar transformaciones sociales más solidarias, comprometidas, más justas y democráticas. Procuré quedarme con valores y aportaciones ideológicas pero no doctrinarias. Me dejaron mucha huella y nuevas formas de ver la vida.
Ahora, llevo varios años descolocado. Veo abulia social, resignación, mucha desafección con el compromiso social y los únicos “referentes” que encuentro son  tv-charlatanes a gritos, Barbies influencers, redes sociales del género de las gallináceas, algún intelectual desubicado y muchos ladrones de dignidad y dinero.
Pero echo cuentas y me animo un poco. Los jóvenes del mayo francés tienen ahora entre 68 y 70 años, son jubilados, se han echado a la calle. Han salido de su letargo para pegar, una vez más, una sacudida a la sociedad y la están zarandeando. Su lucha se contagia y se abre a las nuevas generaciones. Son los nuevos referentes… los de antes. Ojalá prenda la mecha del relevo.

jueves, 1 de marzo de 2018

alguien está tocando la puerta

Las huelgas y las manifestaciones son acciones legítimas que la ley ampara y protege
como un derecho de los trabajadores para reivindicar mejoras salariales y sociales. Bien es cierto que se trata de un recurso extremo cuando ya se han agotado todos los procesos ordinarios de negociación.

Quizá, una de sus características fundamentales es que se produce por colectivos y siempre, o casi, obedece a intereses sectoriales. Sus niveles de afección en la población en general son molestos pero no determinantes para el normal desenvolvimiento de la vida ciudadana.
Pero hay movilizaciones que por el espectro social que abarcan marcan un antes y un después en la vida de todos. Y sí afectan a la vida de todos. El movimiento del 15 M ha sido un primer aldabonazo al sistema y a sus regentes. Una reacción social colectiva que supera cualquier interés sectorial y pide un cambio de paradigmas en las reglas de las políticas y los mercados, una democracia distributiva real y tangible. Las clases medias han empobrecido, los asalariados sobreviven a una inexorable pérdida del valor de su trabajo, los jóvenes tienen un futuro precarizado sin fecha de caducidad, y los parados… sólo aspiran a alcanzar las limosnas del sistema.
Alguien a quien no se esperaba está tocando ahora a las puertas. Alguien les ha cabreado. Son los que más o menos se las arreglaban para ir tirando con las rentas de una vida laboral concluida, después de decenas de años al pie del cañón. Miles de jubilados y pensionistas han salido de un reposo bien ganado y están ahora tomando las calles. Sus pensiones, un salvoconducto para el resto de su vida y un asidero milagroso para el presente de sus hijos y nietos, valen cada vez menos. Son como un salario mínimo familiar, el último eslabón que apenas sostiene en muchos casos a una cadena generacional sin apenas recursos y con muchas obligaciones.
Creo sinceramente que no queda ya ningún otro colectivo social que no esté indignado. Los gobiernos, el que corresponda en cada momento, no se encuentran con una manifestación de personal sanitario, más o menos llevadera. Tienen enfrente una movilización general de enfermos que no soportan más la situación y tienen poco que perder ante una deriva que les abocará a un estado terminal si no hay un cambio de rumbo. Un magma social en ebullición.

Salvando el tiempo y las distancias, a muchos gestores del sistema les vendría bien leer “La madre”, de Máximo Gorki, para comprender que las personas mayores pueden pasar, y pasan, de meros espectadores a protagonistas, cuando la situación lo requiere.

historia de una adopción

caminos sinuosos

Todos los caminos en la vida son sinuosos. No hay líneas rectas para avanzar porque los obstáculos surgen estratégicamente. La propia exis...