lunes, 1 de octubre de 2018

libros por metros


No cabe duda de que tener algún título oficial implica que has superado una serie de exámenes que acreditan que dominas una o varias materias. Pero tampoco cabe duda de que sólo acredita eso. He conocido personas que apenas sabían leer y escribir y jugaban al ajedrez como auténticos maestros. La inteligencia y la capacidad de relacionar movimientos o hechos, de percibir situaciones antes de que se produzcan en función de la posición de cada cual, de leer todas las alternativas que se dan en el tablero y en la vida, les llevan a decisiones complejas pero certeras para alcanzar la resolución de los problemas.
Todas esas opciones, esa capacidad de ponderar las actitudes y las necesidades para aportar soluciones no se incluyen en ningún título académico. Es lo que se llama inteligencia y se encuentra en mayor o menor medida en la naturaleza de las personas. Si a ello le añadimos el trabajo y la constancia, la coherencia y la reflexión, tendremos a un maestro en cualquier disciplina, incluida la de la vida.
Por eso no entiendo lo que está aflorando en los últimos meses entre los que se supone aspiran, o directamente lo hacen ya, a dirigir la vida de un país, la de decenas de millones de personas con necesidades, expectativas de futuro, aspiraciones de mejora para sus hijos y perseguir con anhelo la construcción de un mundo mejor para futuras generaciones.
Qué necesidad tiene alguien de comprarse un Master, falsificar un título o plagiar una tesis. Qué necesidad tiene alguien de parecer más de lo que es, de aportar unas credenciales que no ha obtenido en justicia. Qué vocación de servicio público tiene alguien que aspira a ejercer esa función social y loable y comienza mintiendo a aquellos a quienes quiere gobernar. Yo desde luego no confiaría en nadie que es un fraude de sí mismo. Creo que los títulos, obtenidos en buena lid, otorgan unas bases muy importantes al conocimiento y aportan herramientas a la inteligencia. Pero me parece muy poco inteligente coleccionar títulos sin el fundamento que estos otorgan. El único resultado de estas malas artes será exhibir públicamente unas carencias que irán desenmascarando a los impostores. Es como la gente que compraba libros por metros para rellenar las estanterías de casa y parecer lo que no era. No tenían ni idea de los contenidos, pero los libros ahí estaban. A veces incluso sólo eran lomos pegados unos a otros con el interior hueco.

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