No cabe duda de que tener algún título
oficial implica que has superado una serie de exámenes que acreditan que
dominas una o varias materias. Pero tampoco cabe duda de que sólo acredita eso.
He conocido personas que apenas sabían leer y escribir y jugaban al ajedrez
como auténticos maestros. La inteligencia y la capacidad de relacionar movimientos
o hechos, de percibir situaciones antes de que se produzcan en función de la
posición de cada cual, de leer todas las alternativas que se dan en el tablero
y en la vida, les llevan a decisiones complejas pero certeras para alcanzar la
resolución de los problemas.
Todas esas opciones, esa capacidad de
ponderar las actitudes y las necesidades para aportar soluciones no se incluyen
en ningún título académico. Es lo que se llama inteligencia y se encuentra en
mayor o menor medida en la naturaleza de las personas. Si a ello le añadimos el
trabajo y la constancia, la coherencia y la reflexión, tendremos a un maestro
en cualquier disciplina, incluida la de la vida.
Por eso no entiendo lo que está
aflorando en los últimos meses entre los que se supone aspiran, o directamente
lo hacen ya, a dirigir la vida de un país, la de decenas de millones de
personas con necesidades, expectativas de futuro, aspiraciones de mejora para
sus hijos y perseguir con anhelo la construcción de un mundo mejor para futuras
generaciones.
Qué necesidad tiene alguien de comprarse
un Master, falsificar un título o plagiar una tesis. Qué necesidad tiene
alguien de parecer más de lo que es, de aportar unas credenciales que no ha
obtenido en justicia. Qué vocación de servicio público tiene alguien que aspira
a ejercer esa función social y loable y comienza mintiendo a aquellos a quienes
quiere gobernar. Yo desde luego no confiaría en nadie que es un fraude de sí
mismo. Creo que los títulos, obtenidos en buena lid, otorgan unas bases muy
importantes al conocimiento y aportan herramientas a la inteligencia. Pero me
parece muy poco inteligente coleccionar títulos sin el fundamento que estos
otorgan. El único resultado de estas malas artes será exhibir públicamente unas
carencias que irán desenmascarando a los impostores. Es como la gente que
compraba libros por metros para rellenar las estanterías de casa y parecer lo
que no era. No tenían ni idea de los contenidos, pero los libros ahí estaban. A
veces incluso sólo eran lomos pegados unos a otros con el interior hueco.
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