miércoles, 2 de mayo de 2018

diplomacia florentina



Sabemos que todas las épocas convulsas de la vida política y social han de llegar a un punto de sosiego y moderación porque la tensión permanente resulta insoportable para todos los agentes. El problema es que la propia naturaleza humana nos lleva a escalar en el conflicto hasta el agotamiento para, simplemente, no tener más remedio que volver al punto de partida y desbrozar nuevas posibilidades de alcanzar el mismo fin. El mito de Sísifo se ha convertido así en la hoja de ruta de la mayor parte de la clase política. Hay que buscar la confrontación hasta el final aunque el final sea llegar de nuevo al principio.
Algo así ha pasado en las últimas semanas en el mapa político español en el que se viven luchas fratricidas en las familias de las derechas e igual de cruentas en las de las izquierdas. La proximidad ideológica concita más envidia que pasión y más odio que amor. Pero eso no impide que mantengan una unidad de acción y una visión centrípeta compartida sobre el conflicto catalán y la aplicación del 155. Y entre tanta intriga palaciega, los súbditos del reino reclaman en las calles que se les devuelva la dignidad y el futuro que les pertenece.
Por fortuna hay excepciones que en tiempos de crisis desempolvan los principios de la interlocución, cooperación y respeto, al viejo estilo de la diplomacia florentina, y optan por desactivar los conflictos buscando puntos de encuentro que beneficien a todos, aun manteniendo muchas de las diferencias. En síntesis, la utilización de la astucia y la inteligencia frente a la “razón” de la fuerza, en la que siempre gana, evidentemente, el más fuerte.
Desde que el conflicto catalán entró en un aparente punto de no retorno en las relaciones entre el Estado y el Parlament, ha habido agentes activos que han desplegado de forma discreta por toda Europa, y entre las partes en litigio, una suerte de intermediación diplomática que a tenor de las declaraciones de las últimas semanas puede tener como resultado un diálogo civilizado y respetuoso que aporte algunas soluciones políticas asumibles, también en el plano de recuperar la dignidad y el futuro.
No es casualidad que los florentinos, los mismos que desplegaron una diplomacia singular, adoptaran el “David” de Miguel Ángel como símbolo de la ciudad, la victoria de la astucia frente a la fuerza. Ya sólo falta que los dioses levanten a Sísifo su castigo de subir y bajar eternamente una piedra de la montaña y se pueda trazar otra hoja de ruta que nos lleve a algún destino concreto. Al fin y al cabo las alianzas ya no se hacen para las guerras sino para conservar la paz.

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