Creo que cada
generación aporta muchas cosas al tiempo que le ha tocado vivir. Surgen
movimientos sociales que abanderan causas a veces utópicas pero que despojadas
del lirismo revolucionario y los caireles de la estética, trazan la senda y van desbrozando el camino
que hay que andar.
Particularmente, en
el tiempo que me ha tocado vivir hasta ahora, he tenido dos experiencias que
dejarían impronta en la vida de cualquiera. Me considero, por un lado, hijo pequeño
de aquel mayo del 68 que levantó las alfombras de una sociedad europea
anquilosada, anclada a unas tradiciones clasistas y conservadoras, y aportó
nueva savia social y unos valores que parecían consolidados con los años. La
preocupación por la naturaleza se socializó, el rechazo masivo a las armas como
sistema de resolución de conflictos fue incluso capaz de paralizar guerras. Los
jóvenes rompieron sus cadenas ideológicas y morales y apostaron por un mundo
diferente, mejor. Cayeron muchos tabúes.
Se acuñaron eslóganes que desterraron viejas doctrinas y crearon nuevos
espacios de pensamiento libre, creativo y rompedor. Había nuevos referentes
sociales, intelectuales, personas e ideas. Esas fueron mis clases de catequesis
de la vida.
Parte de esa generación
fue también protagonista de otra fase importante de mi formación. La Transición,
sus prolegómenos y su desarrollo. Fue una segunda etapa con muchos referentes.
Descubrí y viví la política y sus potencialidades para provocar
transformaciones sociales más solidarias, comprometidas, más justas y
democráticas. Procuré quedarme con valores y aportaciones ideológicas pero no
doctrinarias. Me dejaron mucha huella y nuevas formas de ver la vida.
Ahora, llevo varios
años descolocado. Veo abulia social, resignación, mucha desafección con el
compromiso social y los únicos “referentes” que encuentro son tv-charlatanes a gritos, Barbies influencers,
redes sociales del género de las gallináceas, algún intelectual desubicado y
muchos ladrones de dignidad y dinero.
Pero echo cuentas y
me animo un poco. Los jóvenes del mayo francés tienen ahora entre 68 y 70 años,
son jubilados, se han echado a la calle. Han salido de su letargo para pegar,
una vez más, una sacudida a la sociedad y la están zarandeando. Su lucha se contagia
y se abre a las nuevas generaciones. Son los nuevos referentes… los de antes.
Ojalá prenda la mecha del relevo.
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