jueves, 2 de agosto de 2018

trazo grueso


Siempre he sentido fascinación por las estilográficas antiguas. No son de usar y tirar como los bolígrafos. Esas plumas que encontramos en anticuarios, desvanes de casas centenarias o en los rastros de todo el mundo, encierran sentimientos, pasiones, iras, amor, frustraciones, desengaños y todo el abanico de sentimientos consustanciales a la vida de cualquier persona. A veces, incluso, son el reflejo de más de una vida. Sólo nuestra imaginación puede desvelar lo que esconden, lo que no se ve pero sabemos que está ahí. Son un preciado tesoro que mucha gente desdeña y otros adoran. Algunos incluso hacen negocio con el encanto que desprenden. Son objetos de culto que a menudo contienen el ADN de una saga familiar.
Su valor intrínseco trasciende al mero objeto. No importa quién ni para qué la haya usado. Es el vuelo libre de nuestra imaginación lo que le da sentido y contenido. Hay otros muchos objetos antiguos a los que el valor les deviene por el tiempo transcurrido.
Pero las plumas han hablado, se han expresado, han dejado un rastro, una cuidada caligrafía que, como cualquier obra de arte, va más allá de la estética y se adentra en lo que el alma del autor quería expresar. Por algo los textos manuscritos siguen siendo un
tesoro.
Pero en estos tiempos modernos todo tiene fecha de caducidad. Antes los objetos nacían sin valor. El tiempo y el uso les iban dotando de vida propia y enriquecían su bagaje y su historia en paralelo a la vida de las personas a las que servían. Hoy, en la época de los ordenadores, todo nace con un valor que se va agotando con los días, con las horas. Todo está programado para ir a menos. Una pluma puede reflejar la vida de muchas personas y varias generaciones. Ahora cada persona tiene en su vida tantos ordenadores como imponga la modernidad. Y la única huella que dejan está en “la nube”, esa especie de limbo que no se puede tocar ni interpretar. Es todo frío y aséptico. No hay trazos en los que hurgar ni tachones que nos expliquen la forma de trabajo de las personas. No se reflejan sentimientos, sólo caracteres.
Un plumín tiene la punta moldeada por el hábito de quien lo usa. La intensidad del trazo refleja incluso estados de ánimo, un carácter apacible o irascible, sensibilidad y cortesía. A un ordenador le pones el color, la intensidad o el tipo de letra que quieras. No es tu reflejo sincero sino lo que tú quieres que se vea de ti. Hay colegios que han cambiado la letra escrita
a mano por los ordenadores. Acabaremos cambiando el pensamiento por un chip programado. Todo será trazo grueso y lineal. Se acabó el tiempo de las sutilezas.

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