La verdad es que hay acontecimientos que nos desbordan nada más abordarlos. Todos creemos que tenemos una opinión razonada hasta que la contrastamos con los argumentos contrarios. Y ahí viene el lío. ¿Cómo es posible que todos tengamos razón opinando cosas totalmente distintas? Puede que la amplitud del problema exceda nuestra capacidad para abordarlo y que sea infinitamente mayor que nuestras posibilidades de solucionarlo.
Me estoy refiriendo al caso de Najwa, esa joven adolescente de Pozuelo de Alarcón que ha sido apartada de un centro público de enseñanza por acudir con el “hiyab” a clase, “transgrediendo” así la normativa interna que prohíbe el uso de cualquier tipo de tocado que cubra la cabeza. En este caso un pañuelo.
Es cierto que ella incumple una normativa que seguramente no estaba pensada para este supuesto, pero no es menos cierto que cualquiera puede poner en entredicho la idoneidad o la conveniencia de esa normativa, aplicada al caso concreto. Cual es entonces el problema: la normativa o incumplirla.
Particularmente me inclino por abordar el precepto y su conveniencia, sobre todo cuando trasciende la pura estética del tocado y se adentra, quizá sin desearlo, en las convicciones más profundas de las personas, en sus manifestaciones religiosas. Tratar el problema sin matices puede ser una frivolidad u obedecer a espúrios intereses no confesables abiertamente.
¿Es igual llevar un “hiyab” en clase que adornarse con una gorra de skater?
¿Le harían quitarse la toca a una monja que acuda a clase como alumna, o ese supuesto sí está contemplado en nuestro imaginario cultural?
Estamos hablando de un centro público de enseñanza en el que por encima de cualquier otra consideración debe primar la tolerancia, un centro al que los alumnos van a aprender a convivir con otras personas, con otras ideas y con otras culturas. Eso es aprender.
¿Cuál es en este caso el valor pedagógico de la actitud del centro?
Sí. Ya sé… Luego viene la discusión sobre si la “hiyab” es una manifestación religiosa o simplemente un símbolo de sometimiento al machismo islamista. Palabras mayores, hasta para el propio Consejo Escolar.
Con sinceridad, no me parece apreciar en la actitud de Najwa algo fácilmente reconciliable con el sometimiento. Por contra, considero su valentía personal un valor en sí mismo.
Todas las culturas tenemos cosas malas que pulir, pero deberíamos dejar que las que no nos hacen daño sigan su curso, porque para otros son esenciales. Particularmente me perece muy pretencioso tratar de cambiar algunas singularidades de otras civilizaciones. Prefiero que aprendamos a convivir con respeto.
Algo haremos mal si en un centro se acepta a Najwa y en otro no.
¿O tienen razón los dos?
miércoles, 5 de mayo de 2010
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