lunes, 2 de julio de 2018

“sonidos blancos”


Vaya por delante que tengo tres hijos y como todos los padres he tenido que utilizar mucho ingenio para neutralizar los berrinches de los primeros meses de vida de cada uno de ellos. A veces conseguía pequeñas victorias que me permitían encarar el futuro con optimismo. Pero el principio de realidad se imponía. Lo que sirvió para el primero resultaba ineficaz para el segundo y completamente inútil para el tercero. Era como si ellos también acumularan la experiencia de sus hermanos mayores.
He visto a muchos padres y madres llegar a unos niveles de desesperación que rayaban con la histeria. He conocido a progenitores que se pasaban las noches dando vueltas con el coche y el bebé a bordo. Por la mañana eran zombis que iban al trabajo a descansar. El colmo de la sofisticación lo presencié en casa de unos amigos. Cuando el bebé entraba en barrena colocaban el moisés sobre la lavadoras y la arrancaban en modo centrifugado. Las revoluciones que alcanzaba aquel artilugio sometían a tal meneo al pequeño que su resistencia acababa en derrota. Ese me pareció un avance significativo con respecto a otras técnicas más tradicionales, aunque quizá un poco molesto para el vecindario. En fin, cada cual se buscaba la vida como podía, se compartían experiencias con resultados inciertos.
Hace ya muchos años que pasé por esa fase y casi se me había olvidado lo persistente que puede ser un bebé. Pero hace unos días, mientras conversaba con una pareja de vecinos, observé algo inaudito. Su pequeño, de apenas tres meses, entró en esa fase en la que están muertos de sueño pero se resisten a caer. El resultado fue el esperado, comenzó a llorar y a gritar desconsoladamente. Cundió la alarma entre todos los presentes, menos en el padre de la criatura que no se inmutó. Siguió hablando con normalidad mientras sacaba su móvil del bolsillo. Lo colocó en la cabecera del cochecito del bebe justo al lado del oído de este y activó una app que comenzó a emitir un sonido extraño aunque familiar. El niño enmudeció al instante y el padre siguió hablando como si nada. Evidentemente todos preguntamos cómo había obrado el milagro. Volvió a coger el teléfono y nos dio a elegir entre varios “sonidos blancos”: Una aspiradora, un secador de pelo, una lavadora, los latidos de corazón, un ventilador, un coche en marcha, el sonido de una ducha, el golpeo de las gotas de lluvia sobre los cristales de la ventana, una radio antigua desintonizada o el sonido de una caja registradora antigua.
Sinceramente me pareció la versión digital del viejo truco de la centrifugadora. Veo que el llanto de los bebés sigue siendo una preocupación hasta para las nuevas tecnologías.

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