turbulencias políticas, sociales y
económicas, una pandemia virulenta cuya cepa todo el mundo parece desconocer.
Los tradicionales líderes se tambalean, las alternancias en los gobiernos se
han quebrado, los partidos políticos analógicos, estructurados y organizados
por simpatía ideológica, pierden fuerza y poder frente a los movimientos
sociales emergentes, difícilmente identificables con cualquier catecismo
ideológico de los conocidos, y las economías se parecen más a los ciclones
tropicales que al siri miri de toda la vida. Sería fácil enumerar uno a uno
todos los escenarios de esta especie de calderete riojano en el que cabe todo,
pero es más sencillo y práctico situarlo a escala global.
Es como si el “surrealismo”
se hubiera instalado cómodamente en el “realismo
mágico” en el que pastaba gran parte de la clase política y económica desde
hace muchos años. No hace tanto que la historia se contaba a través de las
biografías de los líderes que habían abanderado los movimientos de masas y
transformaciones sociales, era una especie de género literario aceptado y
consolidado. Los líderes representaban y defendían ideologías que a su vez
daban origen a partidos políticos para gobernar y sindicatos para equilibrar
las relaciones laborales. Creo que ahora está todo diluido sin identificación
de los elementos que componen la amalgama. Me temo que lo que está sucediendo
en los últimos años exige la identificación de un nuevo relato, con
protagonistas colectivos y anónimos que protagonicen y nos cuenten la historia
que está todavía por escribir. Todavía no sé, supongo que nadie, a dónde va eso
de la globalización. Le veo cosas positivas y muchas negativas, pero quiero
que me devuelvan mi intimidad, que va ligada a la dignidad, y que no me la
globalicen, por si acaso.
Es mejor
no seguir porque me empiezo a agobiar. Echo de menos las cartas manuscritas, quiero
seguir siendo de izquierdas sin tener que ir contra nadie, sólo para soñar con
cambiar a un mundo mejor; me gustan las zapatillas de franela con cuadros
marrones; quiero seguir leyendo los periódicos en papel y que las noticias me
las cuenten los periodistas y no las redes sociales, porque las redes son para
pescar y a mí no me gusta que me pesquen; y quiero seguir llamando al técnico
de mi pueblo para que me arregle la tele sin tener que cambiarla por otra, a
ver si así consigo ver los programas de antes y no los de ahora. No me
interesan las miserias de la gente famosa. Prefiero que Aingeru me cuente los
chascarrillos del pueblo mientras arregla el aparato y le pago en pesetas. Ni fake
news ni bitcoins.
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