jueves, 2 de agosto de 2007
miércoles, 1 de agosto de 2007
renuncio al tuteo
La mitad de los adolescentes ha fumado porros y casi un 70% se declara bebedor de fin de semana. Los datos, así puestos sobre papel, han alarmado más aún si cabe a padres y también a profesores. No porque los desconocieran sino porque no se los habían puesto delante de las narices de una manera pública. Estas cifras están ligadas a una consecuencia inmediata: Aumento de violencia en las aulas y falta de respeto total a las canas, ya sean de padres, vecinos, desconocidos o profesores. Y si no que tire la primera piedra aquel que no haya recriminado alguna vez a un adolescente por una acción reprobable y haya recibido por respuesta una impertinencia.
Con esto no quiero, ni mucho menos, meter a todos los adolescentes en los mismos parámetros de comportamiento, pero la magnitud del problema ha llegado hasta el Defensor del Pueblo que ha suscrito la idea de Sarkozy de volver al usted en lugar del tuteo que tanto nos costó conseguir a los de mi generación.
Yo hace ya algún tiempo renuncié a ser amigo de mi hijo por encima de ser padre. En contra de lo que siempre había pensado que debiera ser opté por recolocarme en posición de padre y dejar la amistad para otros foros. Entre otras cosas porque me di cuenta de que en este caso no se cumplía la regla de saber es poder. Es decir que cuanta más complicidad establecía con mi hijo más preso de su confianza me sentía. Esto limitaba enormemente mi capacidad como educador y me convertía en el colega cuyos consejos puedes despachar con un “no me rayes”. Me cercenaba casi el derecho a opinar y por supuesto a educar. Esa amistad con mayúscula me llevaba a responsabilizarme, como cualquier colega suyo, hasta de sus propias impertinencias. Desde entonces decidí ejercer de padre con todo lo que eso tiene de concreto y de abstracto.
Luego lo he comentado con otros padres nada sospechosos de ser autoritarios y me han revelado situaciones parecidas. La última, una madre joven de 35 años, se vio prácticamente autorizando a su hija a emborracharse cuando al cumplir los 17 le pidió permiso para tomar sus primeras cervezas. Al principio pensó que era una gran confianza pero pronto se dio cuenta de que lo único que había hecho era liberarle hasta de la responsabilidad de emborracharse. Ni siquiera tenía que estar esperando a que se le pasara la “kurda” para que no le notara en casa. Y hasta es posible que su madre le diera algo que le pudiera reconfortar pues al fin y al cabo ella le había autorizado.
Bien, pues yo prefiero que tenga la mala conciencia que yo tenía a su edad y que al menos guarde las formas. Quiero, evidentemente, saber que se ha emborrachado, pero también quiero ejercer el derecho de padre a recriminárselo, no a compadecerle.
Por eso, esta vez, y sin que sirva de precedente, creo estar de acuerdo con Sarkozy en que quizás tengamos que volver al usted y tutearnos menos. Sólo con el fin de respetaros más, hasta en las diferencias.
Con esto no quiero, ni mucho menos, meter a todos los adolescentes en los mismos parámetros de comportamiento, pero la magnitud del problema ha llegado hasta el Defensor del Pueblo que ha suscrito la idea de Sarkozy de volver al usted en lugar del tuteo que tanto nos costó conseguir a los de mi generación.
Yo hace ya algún tiempo renuncié a ser amigo de mi hijo por encima de ser padre. En contra de lo que siempre había pensado que debiera ser opté por recolocarme en posición de padre y dejar la amistad para otros foros. Entre otras cosas porque me di cuenta de que en este caso no se cumplía la regla de saber es poder. Es decir que cuanta más complicidad establecía con mi hijo más preso de su confianza me sentía. Esto limitaba enormemente mi capacidad como educador y me convertía en el colega cuyos consejos puedes despachar con un “no me rayes”. Me cercenaba casi el derecho a opinar y por supuesto a educar. Esa amistad con mayúscula me llevaba a responsabilizarme, como cualquier colega suyo, hasta de sus propias impertinencias. Desde entonces decidí ejercer de padre con todo lo que eso tiene de concreto y de abstracto.
Luego lo he comentado con otros padres nada sospechosos de ser autoritarios y me han revelado situaciones parecidas. La última, una madre joven de 35 años, se vio prácticamente autorizando a su hija a emborracharse cuando al cumplir los 17 le pidió permiso para tomar sus primeras cervezas. Al principio pensó que era una gran confianza pero pronto se dio cuenta de que lo único que había hecho era liberarle hasta de la responsabilidad de emborracharse. Ni siquiera tenía que estar esperando a que se le pasara la “kurda” para que no le notara en casa. Y hasta es posible que su madre le diera algo que le pudiera reconfortar pues al fin y al cabo ella le había autorizado.
Bien, pues yo prefiero que tenga la mala conciencia que yo tenía a su edad y que al menos guarde las formas. Quiero, evidentemente, saber que se ha emborrachado, pero también quiero ejercer el derecho de padre a recriminárselo, no a compadecerle.
Por eso, esta vez, y sin que sirva de precedente, creo estar de acuerdo con Sarkozy en que quizás tengamos que volver al usted y tutearnos menos. Sólo con el fin de respetaros más, hasta en las diferencias.
miércoles, 30 de mayo de 2007
monarcas de sangre roja
Todos los pueblos, en la medida en que vamos conociéndolos, tienen sus propias manías que suelen ser un reflejo de su historia, sus tradiciones y su folklore. En unos son más acentuadas que en otros, y en la mayoría de los casos responden a retratos de “mala leche” acuñados por sus vecinos. Que si unos son tacaños… los otros no saben si suben o bajan la escalera… los de más allá no piensan más que en la chirigota… Pero confieso que a mi lo de los franceses me tiene un poco descolocado.
Hace unos días me puse a hacer zapping y se me repetía la misma imagen prácticamente en todas las cadenas. Según apretaba el botón llegué a dudar de que estuviera sintonizando todo el rato el mismo canal. El nuevo presidente francés, Nicolas Sarkozy, era omnipresente. Lo mismo aparecía con Jacques Chirac, que en un desfile militar, en coche descapotado, en el palacio del Eliseo o preparado con toda la prole para el retrato de familia frente a una legión de fotógrafos.
Pensé en sus antecesores Francois Miterrand o Charles de Gaulle y me vinieron a la cabeza imágenes similares de pompa y boato más propias de monarquías rancias o escaparatistas que de una auténtica república. Es cierto que la república no la inventaron los franceses, pero no es menos cierto que la reinventaron en su versión más moderna.
Siempre he visto esas ceremonias tipo enlaces matrimoniales, sucesiones a la corona, bautizos y demás hitos del calendario aristocrático, de la misma forma que observo un documental de National Geographic sobre Nueva Guinea Papua o una inmersión del Calipso de Cousteau grabando la reproducción de los calamares.
Hay países que aceptan mantener esos linajes para alimentar la devoción del pueblo, y hay otros como los norteamericanos que se mueren de envidia por no tenerlos. Pero de los franceses no me esperaba una cosa así. Lo que vi se parecía más a una ceremonia de coronación que a la toma de posesión de un presidente republicano, de un representante elegido por el pueblo.
El otro día escuché a una persona de talento al que admiro intelectualmente que la coherencia tiene que ser una amalgama entre lo que se piensa y la forma en que uno actúa. Y no puedo estar mas que de acuerdo con él.
En definitiva, creo que tenía razón aquel “loco” inglés, un tal Shakespeare que comparte gloria universal con Cervantes, aunque cada uno en su propio idioma, cuando decía lo del “ser o no ser”. Aunque me quedo con la versión más castiza que dice:
¡Se es o no se es!
¡Los monarcas tienen sangre azul y los republicanos roja!
Hace unos días me puse a hacer zapping y se me repetía la misma imagen prácticamente en todas las cadenas. Según apretaba el botón llegué a dudar de que estuviera sintonizando todo el rato el mismo canal. El nuevo presidente francés, Nicolas Sarkozy, era omnipresente. Lo mismo aparecía con Jacques Chirac, que en un desfile militar, en coche descapotado, en el palacio del Eliseo o preparado con toda la prole para el retrato de familia frente a una legión de fotógrafos.
Pensé en sus antecesores Francois Miterrand o Charles de Gaulle y me vinieron a la cabeza imágenes similares de pompa y boato más propias de monarquías rancias o escaparatistas que de una auténtica república. Es cierto que la república no la inventaron los franceses, pero no es menos cierto que la reinventaron en su versión más moderna.
Siempre he visto esas ceremonias tipo enlaces matrimoniales, sucesiones a la corona, bautizos y demás hitos del calendario aristocrático, de la misma forma que observo un documental de National Geographic sobre Nueva Guinea Papua o una inmersión del Calipso de Cousteau grabando la reproducción de los calamares.
Hay países que aceptan mantener esos linajes para alimentar la devoción del pueblo, y hay otros como los norteamericanos que se mueren de envidia por no tenerlos. Pero de los franceses no me esperaba una cosa así. Lo que vi se parecía más a una ceremonia de coronación que a la toma de posesión de un presidente republicano, de un representante elegido por el pueblo.
El otro día escuché a una persona de talento al que admiro intelectualmente que la coherencia tiene que ser una amalgama entre lo que se piensa y la forma en que uno actúa. Y no puedo estar mas que de acuerdo con él.
En definitiva, creo que tenía razón aquel “loco” inglés, un tal Shakespeare que comparte gloria universal con Cervantes, aunque cada uno en su propio idioma, cuando decía lo del “ser o no ser”. Aunque me quedo con la versión más castiza que dice:
¡Se es o no se es!
¡Los monarcas tienen sangre azul y los republicanos roja!
jueves, 3 de mayo de 2007
expresion y comprension
HAY que ver lo que han cambiado las formas de expresión y comprensión de las nuevas generaciones. Las palabras “comodín” se han propagado exponencialmente entre todas las tribus urbanas hasta el punto de que para hablar entre ellos ya no necesitan siquiera las mil palabras del tal Maurer, ese del método express para aprender idiomas.
¿He dicho mil?… pues quería decir diez.
Estoy seguro de que con diez términos algunos jóvenes de hoy podrían desarrollar todo el contenido de las catilinarias, dejando a Cicerón como un párvulo. Y es que con dos expresiones se lo han dicho casi todo. Las otras ocho las saben por si acaso.
Por no hablar de esos mensajes encriptados que se envían a través de los móviles. Ni siquiera utilizan las palabras. Las vocales han desaparecido. Las “qu” se convierten en “k”, los acentos y las comas no existen, “también” se transforma en “tb” y así sucesivamente. El resultado no es otro que una sopa de letras imposible de descifrar. Y todo ello con apenas media docena de caracteres. Como dice un amigo mío, no sé si son personas de pocas palabras o de dedos gordos.
El problema de utilizar tanta economía de lenguaje, como el de utilizar las calculadoras, es que como te empiecen a explicar las fases de desarrollo para obtener esos resultados, es muy probable que no te enteres de nada. Cuando te das cuenta hablas otro idioma. Es como la versión oral del telegrama elevada al rango de lengua. Y ese sí es un problema.
Creo que en el mundo del periodismo está apareciendo un fenómeno similar impulsado por eso que llaman “gratuitos” y que se parecen más a un folleto de ofertas de cualquier hipermercado
que a un medio de comunicación.
El periodismo se ha caracterizado históricamente por el lenguaje sencillo y práctico. Su esencia ha sido ir siempre al grano. En los años sesenta hubo profesionales que incorporaron algunos aspectos literarios a sus crónicas aportando cierto color a la sobriedad de los textos que
se limitaban a narrar los hechos. A ese movimiento se le denominó el “nuevo periodismo”.
Pues ¡erre que erre! estos “gratuitos” quieren volver a las andadas y los jóvenes “tb”. Las consecuencias de esta nueva tendencia son cada día más evidentes.
El otro día me explicaba una amiga profesora que se las pasaba canutas para ayudar a sus hijos a estudiar. Estaba bregando con el mayor, de diecisiete años, a cuenta de un texto de Garcilaso de la Vega. Trataba de explicarle lo que es una metáfora, cosa que por lo visto está reñida con el lenguaje moderno. Mi amiga quería transmitirle la forma de expresar madurez, canas, experiencia de la vida… en fin, que analizara la riqueza del lenguaje para decir cosas que no están en la literalidad de las palabras
¿Qué te sugiere –le preguntó– cuando alguien dice que una persona tiene “las sienes plateadas”?
Después de pensárselo un buen rato, al chaval le entró repentinamente la inspiración.
¡Ah! –dijo–, ¡que tiene caspa!
Creo que el lenguaje express y la literatura son irreconciliables. Entre los jóvenes y entre los “gratuitos”.
¿He dicho mil?… pues quería decir diez.
Estoy seguro de que con diez términos algunos jóvenes de hoy podrían desarrollar todo el contenido de las catilinarias, dejando a Cicerón como un párvulo. Y es que con dos expresiones se lo han dicho casi todo. Las otras ocho las saben por si acaso.
Por no hablar de esos mensajes encriptados que se envían a través de los móviles. Ni siquiera utilizan las palabras. Las vocales han desaparecido. Las “qu” se convierten en “k”, los acentos y las comas no existen, “también” se transforma en “tb” y así sucesivamente. El resultado no es otro que una sopa de letras imposible de descifrar. Y todo ello con apenas media docena de caracteres. Como dice un amigo mío, no sé si son personas de pocas palabras o de dedos gordos.
El problema de utilizar tanta economía de lenguaje, como el de utilizar las calculadoras, es que como te empiecen a explicar las fases de desarrollo para obtener esos resultados, es muy probable que no te enteres de nada. Cuando te das cuenta hablas otro idioma. Es como la versión oral del telegrama elevada al rango de lengua. Y ese sí es un problema.
Creo que en el mundo del periodismo está apareciendo un fenómeno similar impulsado por eso que llaman “gratuitos” y que se parecen más a un folleto de ofertas de cualquier hipermercado
que a un medio de comunicación.
El periodismo se ha caracterizado históricamente por el lenguaje sencillo y práctico. Su esencia ha sido ir siempre al grano. En los años sesenta hubo profesionales que incorporaron algunos aspectos literarios a sus crónicas aportando cierto color a la sobriedad de los textos que
se limitaban a narrar los hechos. A ese movimiento se le denominó el “nuevo periodismo”.
Pues ¡erre que erre! estos “gratuitos” quieren volver a las andadas y los jóvenes “tb”. Las consecuencias de esta nueva tendencia son cada día más evidentes.
El otro día me explicaba una amiga profesora que se las pasaba canutas para ayudar a sus hijos a estudiar. Estaba bregando con el mayor, de diecisiete años, a cuenta de un texto de Garcilaso de la Vega. Trataba de explicarle lo que es una metáfora, cosa que por lo visto está reñida con el lenguaje moderno. Mi amiga quería transmitirle la forma de expresar madurez, canas, experiencia de la vida… en fin, que analizara la riqueza del lenguaje para decir cosas que no están en la literalidad de las palabras
¿Qué te sugiere –le preguntó– cuando alguien dice que una persona tiene “las sienes plateadas”?
Después de pensárselo un buen rato, al chaval le entró repentinamente la inspiración.
¡Ah! –dijo–, ¡que tiene caspa!
Creo que el lenguaje express y la literatura son irreconciliables. Entre los jóvenes y entre los “gratuitos”.
viernes, 30 de marzo de 2007
paginas en blanco
No pretendo desvelar a nadie que las relaciones entre padres e hijos son difíciles. Para que sean fluidas, sensatas, razonables y carentes de cierta dosis de incomprensión exigen unos decodificadores todavía no inventados. Seguramente porque no existen. Cada cual vive su experiencia y desarrolla sobre la marcha su capacidad de improvisación. Y lo curioso es que no se trata de aprender de la experiencia ajena, sino de la propia. Todos los que somos padres hemos sido hijos y no entendíamos a nuestros padres ni sabemos entender a nuestros hijos. Es una curiosa ley de la naturaleza, una especie de maldición generacional que no acabamos de superar.
No trato en ningún caso de dramatizar y mucho menos de meter a todos en el mismo saco. En esto, como en todo, habrá padres que teoricen sobre la excepcionalidad de su caso, sobre la fluida línea de comunicación paterno-filial que tienen establecida. Otra cosa sería si les preguntásemos a sus hijos.
Tengo un hijo adolescente con el que mantengo mis “tiras y aflojas” con más tendencia a la tensión que a la distensión. Hace un tiempo decidí intentar nuevas alternativas para ver si mejoraba la cosa. Le regalé un libro especial con todas las páginas en blanco, salvo la primera en la que incluí una dedicatoria: “Espero que me lo regales tú a mí dentro de un año con todas las historias que me quieras contar. Las que no quieras contar puedes dejar el espacio en blanco, con un pequeño título, para que yo pueda interpretarlas”.
Fueron transcurriendo los meses y nuestras relaciones seguían en la misma línea. Llegué a pensar que se había olvidado del libro o que lo habría utilizado para cualquier otra cosa ajena a lo que yo esperaba. Con el tiempo, yo mismo me olvidé del asunto.
Pero un día de esos rutinario, que nunca pasaría a la historia personal de nadie, llegué a casa y me vi gratamente sorprendido. Sobre la mesilla de mi habitación había un envoltorio de regalo con un adhesivo en el que se podía leer la frase “para aita”. Era evidente que se trataba de un libro. Abrí el envoltorio y automáticamente ese día paso a ser especial para mi. Era “el libro”. Dudé antes de abrirlo y me deleité por unos instantes recordando el día en que se lo había regalado. Puede que el experimento haya funcionado, pensé.
Abrí la tapa y me encontré con la dedicatoria que yo había escrito. Pasé página y sólo había una palabra: “Hola”.
Fui recorriendo una a una, primero lenta y después rápidamente, las ciento veinte páginas. Estaban todas en blanco. Salvo el “Hola” inicial.
¿Vamos a dejar –pensé- tantas páginas vacías en nuestra vida?
Esa misma noche me puse a llenar las páginas con mis pensamientos y mis sentimientos y dejé espacios en blanco con su pequeño título. En unos días se lo volveré a regalar.
No trato en ningún caso de dramatizar y mucho menos de meter a todos en el mismo saco. En esto, como en todo, habrá padres que teoricen sobre la excepcionalidad de su caso, sobre la fluida línea de comunicación paterno-filial que tienen establecida. Otra cosa sería si les preguntásemos a sus hijos.
Tengo un hijo adolescente con el que mantengo mis “tiras y aflojas” con más tendencia a la tensión que a la distensión. Hace un tiempo decidí intentar nuevas alternativas para ver si mejoraba la cosa. Le regalé un libro especial con todas las páginas en blanco, salvo la primera en la que incluí una dedicatoria: “Espero que me lo regales tú a mí dentro de un año con todas las historias que me quieras contar. Las que no quieras contar puedes dejar el espacio en blanco, con un pequeño título, para que yo pueda interpretarlas”.
Fueron transcurriendo los meses y nuestras relaciones seguían en la misma línea. Llegué a pensar que se había olvidado del libro o que lo habría utilizado para cualquier otra cosa ajena a lo que yo esperaba. Con el tiempo, yo mismo me olvidé del asunto.
Pero un día de esos rutinario, que nunca pasaría a la historia personal de nadie, llegué a casa y me vi gratamente sorprendido. Sobre la mesilla de mi habitación había un envoltorio de regalo con un adhesivo en el que se podía leer la frase “para aita”. Era evidente que se trataba de un libro. Abrí el envoltorio y automáticamente ese día paso a ser especial para mi. Era “el libro”. Dudé antes de abrirlo y me deleité por unos instantes recordando el día en que se lo había regalado. Puede que el experimento haya funcionado, pensé.
Abrí la tapa y me encontré con la dedicatoria que yo había escrito. Pasé página y sólo había una palabra: “Hola”.
Fui recorriendo una a una, primero lenta y después rápidamente, las ciento veinte páginas. Estaban todas en blanco. Salvo el “Hola” inicial.
¿Vamos a dejar –pensé- tantas páginas vacías en nuestra vida?
Esa misma noche me puse a llenar las páginas con mis pensamientos y mis sentimientos y dejé espacios en blanco con su pequeño título. En unos días se lo volveré a regalar.
sábado, 3 de marzo de 2007
uno de enero
CADA uno de enero de los últimos
años nos depara una nueva sorpresa.
Hace tiempo, cada uno era dueño de sí
mismo, de sus grandes vicios y sus pequeñas
virtudes, y se administraba como
buenamente le parecía. Lo dicho,
cada uno de enero se hacía un propósito
de enmienda. Era como si con la Navidad
llegaran las luces, los regalos, el
convencimiento de dejar de fumar,
adelgazar, hacer vida más sana y…
hasta comenzar a hacer ejercicio, más
comúnmente conocido como deporte.
Y al tiempo que las luces se hacían las
sombras. Se volvía a pecar el día dos
del mismo mes y del mismo año.
Como en la confesión de toda la vida,
esa que se hacía en un lateral sombrío
del interior de la iglesia; una zona de
sombra a la que uno se acercaba casi
furtivo escudriñando todo el templo por
si alguien te veía y te reconocía como
pecador. El rito era en una casetilla en
la que “él” entraba por la puerta principal
y tú sólo tenías derecho a arrodillarte
por un costado y susurrar con voz
compungida. Era un tipo vestido de negro
al que conocías perfectamente, y él
a ti, aunque preferíais los dos un tratamiento
más distante, a través de cortinilla,
y con voz ajena al diálogo normal,
más profunda, más espiritual y temblorosa.
Una celosía separaba las palabras
de inspiración divina de las que expresaban
en toda su crudeza los pecados
terrenales.
Siempre he pensado que era una artimaña
perfectamente estudiada para no
tener que verse las caras a la semana siguiente
para decir lo mismo y escuchar
lo de siempre: Pecado, penitencia y
reincidencia. Igual que cada uno de
enero, pero en versión semanal.
Resulta que en los últimos unos de
enero nos han ido cercenando la posibilidad
de la reincidencia y por lo tanto
del placer de pecar de nuevo. Ya no administramos
nuestros vicios porque se
nos imponen lo que la Administración
considera virtudes. Da igual que me haga
el propósito de dejar de fumar. Ya no
me dejan hacerlo en ningún sitio. Da
igual que piense en hacer régimen para
luego saltármelo, porque me amenazan
con no atenderme en la Seguridad Social
por ser negligente conmigo mismo.
Da igual que me prometa no dar un cachete
a mis hijos aunque se lo merezcan.
Si lo hago acabo en la cárcel.
Ya no tengo opciones para tratar de
mejorar. Todo es “así o asau”.
La verdad es que estaba hace días
pensando en todo este tipo de “chorradas”
mientras tomaba un café en un bar.
Esperaba a un amigo. Me fijé en la máquina
del tabaco. Estaba apagada. Llegó
un hombre al que no conocía y le pidió
al camarero que le encendiera la
maquinita para sacar una cajetilla.
“Otra chorrada que han impuesto
desde el uno de enero” –pensé– “para
que los adolescentes no puedan fumar”.
Mientras hacía esta reflexión comencé
a escuchar una especie de estruendo
acompañado de una multitud de lucecitas
de colores. Era la tolva de la máquina
tragaperras. Se estaba liberando de
un peso importante y arrojaba las monedas
hacia una especie de panza abierta,
mientras un joven adolescente las
iba sacando a puñados para dejarlas sobre
el mostrador, contarlas, cambiarlas
por billetes y largarse. El chaval no pasaría
de los quince años. Esa vez se fue
sin poder comprar tabaco, pero con el
bolsillo lleno.
La máquina tragaperras siguió encendida,
la máquina del tabaco apagada,
y yo perplejo.
¿… …?
¿Uno de enero?
años nos depara una nueva sorpresa.
Hace tiempo, cada uno era dueño de sí
mismo, de sus grandes vicios y sus pequeñas
virtudes, y se administraba como
buenamente le parecía. Lo dicho,
cada uno de enero se hacía un propósito
de enmienda. Era como si con la Navidad
llegaran las luces, los regalos, el
convencimiento de dejar de fumar,
adelgazar, hacer vida más sana y…
hasta comenzar a hacer ejercicio, más
comúnmente conocido como deporte.
Y al tiempo que las luces se hacían las
sombras. Se volvía a pecar el día dos
del mismo mes y del mismo año.
Como en la confesión de toda la vida,
esa que se hacía en un lateral sombrío
del interior de la iglesia; una zona de
sombra a la que uno se acercaba casi
furtivo escudriñando todo el templo por
si alguien te veía y te reconocía como
pecador. El rito era en una casetilla en
la que “él” entraba por la puerta principal
y tú sólo tenías derecho a arrodillarte
por un costado y susurrar con voz
compungida. Era un tipo vestido de negro
al que conocías perfectamente, y él
a ti, aunque preferíais los dos un tratamiento
más distante, a través de cortinilla,
y con voz ajena al diálogo normal,
más profunda, más espiritual y temblorosa.
Una celosía separaba las palabras
de inspiración divina de las que expresaban
en toda su crudeza los pecados
terrenales.
Siempre he pensado que era una artimaña
perfectamente estudiada para no
tener que verse las caras a la semana siguiente
para decir lo mismo y escuchar
lo de siempre: Pecado, penitencia y
reincidencia. Igual que cada uno de
enero, pero en versión semanal.
Resulta que en los últimos unos de
enero nos han ido cercenando la posibilidad
de la reincidencia y por lo tanto
del placer de pecar de nuevo. Ya no administramos
nuestros vicios porque se
nos imponen lo que la Administración
considera virtudes. Da igual que me haga
el propósito de dejar de fumar. Ya no
me dejan hacerlo en ningún sitio. Da
igual que piense en hacer régimen para
luego saltármelo, porque me amenazan
con no atenderme en la Seguridad Social
por ser negligente conmigo mismo.
Da igual que me prometa no dar un cachete
a mis hijos aunque se lo merezcan.
Si lo hago acabo en la cárcel.
Ya no tengo opciones para tratar de
mejorar. Todo es “así o asau”.
La verdad es que estaba hace días
pensando en todo este tipo de “chorradas”
mientras tomaba un café en un bar.
Esperaba a un amigo. Me fijé en la máquina
del tabaco. Estaba apagada. Llegó
un hombre al que no conocía y le pidió
al camarero que le encendiera la
maquinita para sacar una cajetilla.
“Otra chorrada que han impuesto
desde el uno de enero” –pensé– “para
que los adolescentes no puedan fumar”.
Mientras hacía esta reflexión comencé
a escuchar una especie de estruendo
acompañado de una multitud de lucecitas
de colores. Era la tolva de la máquina
tragaperras. Se estaba liberando de
un peso importante y arrojaba las monedas
hacia una especie de panza abierta,
mientras un joven adolescente las
iba sacando a puñados para dejarlas sobre
el mostrador, contarlas, cambiarlas
por billetes y largarse. El chaval no pasaría
de los quince años. Esa vez se fue
sin poder comprar tabaco, pero con el
bolsillo lleno.
La máquina tragaperras siguió encendida,
la máquina del tabaco apagada,
y yo perplejo.
¿… …?
¿Uno de enero?
miércoles, 28 de febrero de 2007
Peligro de extincion
HE leído estos días que el periódico
más antiguo de los que se editan en
el mundo va a prescindir de su edición
de papel para convertirse exclusivamente
en un medio digital. A los
responsables de esa decisión les habrá
salido la vena ecológica y estarán
convencidos de que dan un gran
paso hacia la modernidad aplicando
en exclusiva las nuevas tecnologías
para que la gente haga lo mismo que
hace más de cien años: leer las noticias.
Pero ahora sólo a través del ordenador,
sin necesidad de contribuir
a la deforestación de la selva amazónica.
Pues bien, a ellos les parecerá
muy ecológico pero a mi particularmente
me parece una barbaridad. Si
de ecología se trata, ¿qué mejor acción
que declararlo especie protegida
y evitar su extinción? Desde luego
les puedo garantizar una cosa. Se
pueden encontrar miles de diarios
digitales en la red pero, en la vida real,
en la que se palpa, en la que uno
se mancha las manos de tinta, no hay
mayor placer que ojear en papel el
periódico. Y si además es el más antiguo
del mundo eso ya tiene que ser
de orgasmo.
Me parece muy bien que la civilización
avance pero deberíamos
cuestionarnos qué es eso de avanzar.
Porque a este paso todo va a ser virtual
y cibernético. ¿Dejaría usted de
comer un buen pollo a cambio de
una pildorita? Pues no. La pildorita
en cuestión te aportará las mismas
calorías, las mismas proteínas, un
colesterol más sano… ¡Pero qué hay
del placer! Ya se que no alimenta pero
no se puede desdeñar. Desconozco
si las plantas lo experimentan pero
puedo hablar con conocimiento
de causa que sin él no existiría la especie
humana ni las animales.
Me van a contar a mi que es lo
mismo leer el periódico en el ordenador
que desplegarlo en un transporte
público, en el sillón orejero de
casa o en la mesa de cualquier cafetería
mientras se saborea una buena
infusión. ¡Qué! ¿Se van a llevar el
ordenador a esos sitios? ¿o a la playa?
¿o a la tumbona de la terraza?
Pues disfruten ustedes de ese “placer”.
Yo prefiero leerlo, tocarlo, notar
su textura y olor, ojearlo una vez,
y diez minutos después, otra. Y por
la noche, otra. Sin necesidad de dar a
una tecla y que desaparezca. Quiero
llevarlo todo el día. Pasearlo por los
sitios a los que acudo. Doblarlo una
y otra vez hasta que se difuminen algunos
párrafos de tanto sobarlo.
Mientras yo hago todo eso en mi
jornada laboral ¿qué ha hecho usted
con el que ha leído en el ordenador?
¡Pués nada! Porque si quiere releerlo
ya no es el mismo. Se lo han actualizado.
Si quiere buscar algo que había
leído y le había interesado, ya no
existe. Le han puesto otra cosa. Pues
a mi eso más que placer me genera
mala leche.
¿Por qué no les damos un uso racional
a las nuevas tecnologías y las
aprovechamos para hacer campañas
contra la extinción de estas especies
tan tradicionales? Eso sí sería avanzar
sin destruir y aprovechar lo nuevo
para hacer algo que antes no se
podía.
Si quieren salvar la amazonía que
prohíban los pañuelos de papel. Se
utilizan mucho más y no llevan ni
crucigrama.
más antiguo de los que se editan en
el mundo va a prescindir de su edición
de papel para convertirse exclusivamente
en un medio digital. A los
responsables de esa decisión les habrá
salido la vena ecológica y estarán
convencidos de que dan un gran
paso hacia la modernidad aplicando
en exclusiva las nuevas tecnologías
para que la gente haga lo mismo que
hace más de cien años: leer las noticias.
Pero ahora sólo a través del ordenador,
sin necesidad de contribuir
a la deforestación de la selva amazónica.
Pues bien, a ellos les parecerá
muy ecológico pero a mi particularmente
me parece una barbaridad. Si
de ecología se trata, ¿qué mejor acción
que declararlo especie protegida
y evitar su extinción? Desde luego
les puedo garantizar una cosa. Se
pueden encontrar miles de diarios
digitales en la red pero, en la vida real,
en la que se palpa, en la que uno
se mancha las manos de tinta, no hay
mayor placer que ojear en papel el
periódico. Y si además es el más antiguo
del mundo eso ya tiene que ser
de orgasmo.
Me parece muy bien que la civilización
avance pero deberíamos
cuestionarnos qué es eso de avanzar.
Porque a este paso todo va a ser virtual
y cibernético. ¿Dejaría usted de
comer un buen pollo a cambio de
una pildorita? Pues no. La pildorita
en cuestión te aportará las mismas
calorías, las mismas proteínas, un
colesterol más sano… ¡Pero qué hay
del placer! Ya se que no alimenta pero
no se puede desdeñar. Desconozco
si las plantas lo experimentan pero
puedo hablar con conocimiento
de causa que sin él no existiría la especie
humana ni las animales.
Me van a contar a mi que es lo
mismo leer el periódico en el ordenador
que desplegarlo en un transporte
público, en el sillón orejero de
casa o en la mesa de cualquier cafetería
mientras se saborea una buena
infusión. ¡Qué! ¿Se van a llevar el
ordenador a esos sitios? ¿o a la playa?
¿o a la tumbona de la terraza?
Pues disfruten ustedes de ese “placer”.
Yo prefiero leerlo, tocarlo, notar
su textura y olor, ojearlo una vez,
y diez minutos después, otra. Y por
la noche, otra. Sin necesidad de dar a
una tecla y que desaparezca. Quiero
llevarlo todo el día. Pasearlo por los
sitios a los que acudo. Doblarlo una
y otra vez hasta que se difuminen algunos
párrafos de tanto sobarlo.
Mientras yo hago todo eso en mi
jornada laboral ¿qué ha hecho usted
con el que ha leído en el ordenador?
¡Pués nada! Porque si quiere releerlo
ya no es el mismo. Se lo han actualizado.
Si quiere buscar algo que había
leído y le había interesado, ya no
existe. Le han puesto otra cosa. Pues
a mi eso más que placer me genera
mala leche.
¿Por qué no les damos un uso racional
a las nuevas tecnologías y las
aprovechamos para hacer campañas
contra la extinción de estas especies
tan tradicionales? Eso sí sería avanzar
sin destruir y aprovechar lo nuevo
para hacer algo que antes no se
podía.
Si quieren salvar la amazonía que
prohíban los pañuelos de papel. Se
utilizan mucho más y no llevan ni
crucigrama.
martes, 16 de enero de 2007
La monotonía del sentido común
Estoy un poco despistado ante tanta obviedad. Se ha roto la tregua… se ha roto el proceso de paz….se ha cedido ante la banda… no se ha cedido en nada…se ha vendido al estado de derecho…
Esta es la tonadilla de los cuarenta principales, porque a estos no se les puede llamar gobernantes sino tonadilleros y aspirantes a plaza a través del atajo de operación triunfo. Porque lo que es cantar “cantan de cojones”. Son los encargados de gobernar cargados de razones y descargados de responsabilidad, pero sólo hasta el siguiente rito de las urnas. Se enzarzan en certezas y se arrojan insultos hasta perder la vergüenza. Por supuesto todas sus certezas derivan de la aplicación del sentido común que generalmente agota su recorrido en lo aparente.
Nos haría falta un Sócrates moderno que aplicara la mayéutica a tanta obviedad para dejar con el culo al aire a lo aparente y sumergirnos en lo real. Quizá Saramago haya tenido una buena inspiración cuando afirma que el sentido común es conservador e incluso, a veces, reaccionario.
¡Pues claro que ETA ha puesto una bomba y ha asesinado a dos personas!
¡Y ahorá qué! ¿Esperamos otros diez años para llegar a un escenario similar al del 29 de diciembre?
¿Es que nadie sabe apreciar que detrás de lo obvio hay una nueva situación y un camino avanzado?
¿Es que nadie ve que, a pesar de los pesares, ETA y Batasuna están asumiendo de facto que han metido la pata?
¿Es que no se ve que quieren estar en las instituciones? ¿Es que no se ve que quieren avanzar en el proceso?
¿Es que no se ve que todo el mundo quiere una salida?
¡Pues a buscarla coño!
Aunque quizá sea mejor esperar otros diez años para volver a lo mismo.
Y así sucesivamente.
Es increíble con qué monotonía se repiten la vida y la muerte en el territorio del sentido común.
Esta es la tonadilla de los cuarenta principales, porque a estos no se les puede llamar gobernantes sino tonadilleros y aspirantes a plaza a través del atajo de operación triunfo. Porque lo que es cantar “cantan de cojones”. Son los encargados de gobernar cargados de razones y descargados de responsabilidad, pero sólo hasta el siguiente rito de las urnas. Se enzarzan en certezas y se arrojan insultos hasta perder la vergüenza. Por supuesto todas sus certezas derivan de la aplicación del sentido común que generalmente agota su recorrido en lo aparente.
Nos haría falta un Sócrates moderno que aplicara la mayéutica a tanta obviedad para dejar con el culo al aire a lo aparente y sumergirnos en lo real. Quizá Saramago haya tenido una buena inspiración cuando afirma que el sentido común es conservador e incluso, a veces, reaccionario.
¡Pues claro que ETA ha puesto una bomba y ha asesinado a dos personas!
¡Y ahorá qué! ¿Esperamos otros diez años para llegar a un escenario similar al del 29 de diciembre?
¿Es que nadie sabe apreciar que detrás de lo obvio hay una nueva situación y un camino avanzado?
¿Es que nadie ve que, a pesar de los pesares, ETA y Batasuna están asumiendo de facto que han metido la pata?
¿Es que no se ve que quieren estar en las instituciones? ¿Es que no se ve que quieren avanzar en el proceso?
¿Es que no se ve que todo el mundo quiere una salida?
¡Pues a buscarla coño!
Aunque quizá sea mejor esperar otros diez años para volver a lo mismo.
Y así sucesivamente.
Es increíble con qué monotonía se repiten la vida y la muerte en el territorio del sentido común.
lunes, 8 de enero de 2007
Batasuna ¿y ahora que?
Todos estamos esperando el comunicado de ETA que nos confirme lo evidente. Pero me pregunto que va a ser de Batasuna a partir de ahora. Está claro que el gran escollo que había que salvar era la fórmula para que se presentaran a las elecciones municipales; si cambiaban de nombre y estatutos u optaban por las agrupaciones electorales locales. Pero ¿piensa alguien que con el actual panorama les van a permitir alguna opción? ¿se van a pasar otros cuatro años de sequía institucional? ¿qué va a hacer ETA sin portavoces en las instituciones?¿les interesa ese mapa de futuro?¿si continúa y se acentúa la persecución policial y judicial qué va a ser de todos sus dirigentes?¿cárcel?¿clandestinidad? En definitiva ¿cómo se arregla esto?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
historia de una adopción
caminos sinuosos
Todos los caminos en la vida son sinuosos. No hay líneas rectas para avanzar porque los obstáculos surgen estratégicamente. La propia exis...
-
Sabemos que todas las épocas convulsas de la vida política y social han de llegar a un punto de sosiego y moderación porque la tensión p...
-
Hay muchas asignaturas pendientes en nuestro sistema educativo. Y la primera es que exista uno. Pero quizá la más importante es la gestión ...
-
Todos estamos esperando el comunicado de ETA que nos confirme lo evidente. Pero me pregunto que va a ser de Batasuna a partir de ahora. Está...