La mitad de los adolescentes ha fumado porros y casi un 70% se declara bebedor de fin de semana. Los datos, así puestos sobre papel, han alarmado más aún si cabe a padres y también a profesores. No porque los desconocieran sino porque no se los habían puesto delante de las narices de una manera pública. Estas cifras están ligadas a una consecuencia inmediata: Aumento de violencia en las aulas y falta de respeto total a las canas, ya sean de padres, vecinos, desconocidos o profesores. Y si no que tire la primera piedra aquel que no haya recriminado alguna vez a un adolescente por una acción reprobable y haya recibido por respuesta una impertinencia.
Con esto no quiero, ni mucho menos, meter a todos los adolescentes en los mismos parámetros de comportamiento, pero la magnitud del problema ha llegado hasta el Defensor del Pueblo que ha suscrito la idea de Sarkozy de volver al usted en lugar del tuteo que tanto nos costó conseguir a los de mi generación.
Yo hace ya algún tiempo renuncié a ser amigo de mi hijo por encima de ser padre. En contra de lo que siempre había pensado que debiera ser opté por recolocarme en posición de padre y dejar la amistad para otros foros. Entre otras cosas porque me di cuenta de que en este caso no se cumplía la regla de saber es poder. Es decir que cuanta más complicidad establecía con mi hijo más preso de su confianza me sentía. Esto limitaba enormemente mi capacidad como educador y me convertía en el colega cuyos consejos puedes despachar con un “no me rayes”. Me cercenaba casi el derecho a opinar y por supuesto a educar. Esa amistad con mayúscula me llevaba a responsabilizarme, como cualquier colega suyo, hasta de sus propias impertinencias. Desde entonces decidí ejercer de padre con todo lo que eso tiene de concreto y de abstracto.
Luego lo he comentado con otros padres nada sospechosos de ser autoritarios y me han revelado situaciones parecidas. La última, una madre joven de 35 años, se vio prácticamente autorizando a su hija a emborracharse cuando al cumplir los 17 le pidió permiso para tomar sus primeras cervezas. Al principio pensó que era una gran confianza pero pronto se dio cuenta de que lo único que había hecho era liberarle hasta de la responsabilidad de emborracharse. Ni siquiera tenía que estar esperando a que se le pasara la “kurda” para que no le notara en casa. Y hasta es posible que su madre le diera algo que le pudiera reconfortar pues al fin y al cabo ella le había autorizado.
Bien, pues yo prefiero que tenga la mala conciencia que yo tenía a su edad y que al menos guarde las formas. Quiero, evidentemente, saber que se ha emborrachado, pero también quiero ejercer el derecho de padre a recriminárselo, no a compadecerle.
Por eso, esta vez, y sin que sirva de precedente, creo estar de acuerdo con Sarkozy en que quizás tengamos que volver al usted y tutearnos menos. Sólo con el fin de respetaros más, hasta en las diferencias.
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