HAY que ver lo que han cambiado las formas de expresión y comprensión de las nuevas generaciones. Las palabras “comodín” se han propagado exponencialmente entre todas las tribus urbanas hasta el punto de que para hablar entre ellos ya no necesitan siquiera las mil palabras del tal Maurer, ese del método express para aprender idiomas.
¿He dicho mil?… pues quería decir diez.
Estoy seguro de que con diez términos algunos jóvenes de hoy podrían desarrollar todo el contenido de las catilinarias, dejando a Cicerón como un párvulo. Y es que con dos expresiones se lo han dicho casi todo. Las otras ocho las saben por si acaso.
Por no hablar de esos mensajes encriptados que se envían a través de los móviles. Ni siquiera utilizan las palabras. Las vocales han desaparecido. Las “qu” se convierten en “k”, los acentos y las comas no existen, “también” se transforma en “tb” y así sucesivamente. El resultado no es otro que una sopa de letras imposible de descifrar. Y todo ello con apenas media docena de caracteres. Como dice un amigo mío, no sé si son personas de pocas palabras o de dedos gordos.
El problema de utilizar tanta economía de lenguaje, como el de utilizar las calculadoras, es que como te empiecen a explicar las fases de desarrollo para obtener esos resultados, es muy probable que no te enteres de nada. Cuando te das cuenta hablas otro idioma. Es como la versión oral del telegrama elevada al rango de lengua. Y ese sí es un problema.
Creo que en el mundo del periodismo está apareciendo un fenómeno similar impulsado por eso que llaman “gratuitos” y que se parecen más a un folleto de ofertas de cualquier hipermercado
que a un medio de comunicación.
El periodismo se ha caracterizado históricamente por el lenguaje sencillo y práctico. Su esencia ha sido ir siempre al grano. En los años sesenta hubo profesionales que incorporaron algunos aspectos literarios a sus crónicas aportando cierto color a la sobriedad de los textos que
se limitaban a narrar los hechos. A ese movimiento se le denominó el “nuevo periodismo”.
Pues ¡erre que erre! estos “gratuitos” quieren volver a las andadas y los jóvenes “tb”. Las consecuencias de esta nueva tendencia son cada día más evidentes.
El otro día me explicaba una amiga profesora que se las pasaba canutas para ayudar a sus hijos a estudiar. Estaba bregando con el mayor, de diecisiete años, a cuenta de un texto de Garcilaso de la Vega. Trataba de explicarle lo que es una metáfora, cosa que por lo visto está reñida con el lenguaje moderno. Mi amiga quería transmitirle la forma de expresar madurez, canas, experiencia de la vida… en fin, que analizara la riqueza del lenguaje para decir cosas que no están en la literalidad de las palabras
¿Qué te sugiere –le preguntó– cuando alguien dice que una persona tiene “las sienes plateadas”?
Después de pensárselo un buen rato, al chaval le entró repentinamente la inspiración.
¡Ah! –dijo–, ¡que tiene caspa!
Creo que el lenguaje express y la literatura son irreconciliables. Entre los jóvenes y entre los “gratuitos”.
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