El arte
de la política ha sido continuo objeto de controversia intelectual por las
formas, los modos, las afecciones sociales y cómo no, por los referentes
ideológicos que cada uno aplica para la transformación, se supone que a mejor,
de la sociedad a la que gobierna. Sin perder nunca el fin último que es el
respeto a la voluntad de los ciudadanos y la defensa de sus intereses.
Una
definición teórica que a base de ser manoseada ha ido perdiendo perfiles
intrínsecos hasta quedar lisa y resbaladiza como los cantos rodados. Los
detalles que daban singularidad a cada uno de esos cantos han quedado
completamente diluidos por la verborrea de quienes “defienden” el “respeto a la
voluntad de los ciudadanos” como eslogan permanente de campaña para obtener una
confianza que en muy escasas ocasiones tiene luego la reciprocidad que se
espera.
No voy a
descubrir nada nuevo si digo que una cosa son las campañas electorales, en las
que los líderes políticos se juegan el respaldo de los ciudadanos, y otra muy
diferente son las negociaciones para formar gobierno, donde lo que se juegan es
el poder. Puede parecer una secuencia lógica cuya resultante obedezca al
interés general expresado en votos. Pero no siempre es así. En las campañas se
juega con la candidez de los votantes, se espolean sentimientos, se apela a las
conciencias, se manipula la historia reciente para acomodarla a sus intereses y,
sobre todo, se rehúye la más mínima autocrítica por la aportación de cada uno a
la cruda realidad de las situaciones presentes. El voto de los ciudadanos se
convierte en una cuestión de fe.
Pero las
negociaciones para gobernar son otra cosa. La fe del votante se transforma en
la astucia y la ambición del votado. En esta fase ya no se promete. El
protagonismo de los ciudadanos ha caducado hasta dentro de cuatro años. Ahora se
inicia un ritual guerrero cuyo fin último son las cuotas de poder. Un ritual en
el que más que coincidencias programáticas se busca la confluencia de intereses
de las formaciones políticas, los puestos, los presupuestos, los cargos y las
posiciones dominantes. Los ciudadanos se convierten en espectadores de un
sainete cuyo guion creían haber escrito pero que los exégetas van improvisando
hasta representar otra obra. Es lo que tiene la libertad de creación en el arte
de la política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario