Toda
la historia de la política y los gobiernos está moteada por personajes viscerales
en sus comportamientos y siniestros en sus intenciones, que arrastran a los
pueblos gobernados a situaciones esperpénticas. Se podría casi decir que, o no
tienen alma o la tienen enferma de egolatría. No voy a referirme a tiempos
pasados ni a personajes que todos conocemos por sus hechos, porque la historia
pone a cada uno en su sitio. Prefiero centrarme en el presente, un presente en
el que se da tal confluencia de populistas excéntricos que amenaza con hacernos
perder a todos el sentido común y el valor de la ética del comportamiento.
Uno
quiere hacer un muro insalvable que impida la entrada de inmigrantes a su
preciada nación. A Trump se le van a acumular tantos miles de cadáveres en la
frontera que no va a necesitar echar ni una gota de hormigón para cerrar su
fortaleza. Y además de cruel es bravucón, rompe tratados internacionales sobre
control de armamento nuclear, impone aranceles revanchistas, se inmiscuye en la
política de la Unión Europea animando a los brexiters a romper con la UE y les
ofrece contrapartidas, recurre permanentemente a la amenaza del uso de la
fuerza como solución a cualquier conflicto y, por si fuera poco, está empeñado
en poner otro muro a la libertad de información y el derecho de sus propios
ciudadanos a conocer la verdad. Casi nada. Por no decir que nos ha enviado a
instalarse en Europa a un tal Steve Bannon, personaje siniestro donde los haya,
que quiere potenciar y establecer alianzas entre todos los movimientos de
ultraderecha para hacer tambalear los principios humanistas del viejo
continente.
Y
como a toda gran fuerza destructora, no le faltan réplicas. A la ya histórica
saga de los Le Pen franceses se le ha sumado, con una fuerza considerable, el
italiano Matteo Salvini, un mal-encarado con Europa que prefiere alimentar su
populismo con un gran cementerio en el Mediterráneo. Lo tiene más difícil que
Trump para hacer un muro, pero no será por ganas. Podría seguir con Orban en
Hungria y sus famosas alambradas, o con movimientos similares en Austria,
Holanda, los países nórdicos o la versión Vox en España, todavía incipiente
pero muy cortejada por la versión más derechosa de partidos tradicionales.
Todos
ellos quieren construir muros, barreras, cosificar a los diferentes y alimentar
el ego de los propios. Frente a estos movimientos percibo en los demás una resistencia
pasiva que establece cordones sanitarios en vez de muros ideológicos y humanitarios
que confinen a estos personajes en su propio laberinto para que no sigan
contaminando la decencia humana.
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