“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y
un huerto claro donde madura el limonero”. Estos versos iniciales del poema
“Retrato” de Antonio Machado, cambiando el escenario y el paisaje, podrían
representar lo que para cada uno son los primeros años de su vida y la
imborrable huella que dejan en nuestros recuerdos.
Me pasa con San Juan de Gaztelugatxe lo mismo que a
cualquier niño de pueblo, alejado de grandes ciudades, cuyos recuerdos de infancia
se anclan en un lugar y un paisaje, solitario y casi mágico, que considera
propio e inviolable. Para unos será la boca de una cueva a la que nunca se
atrevieron a entrar; para otros será una cabaña abandonada en la que la
imaginación fabulaba todo tipo de historias misteriosas; para mi fueron las
rocas de Talape, las aguas de Arribolas y la soledad misteriosa de los
intrincados recovecos de San Juan de Gaztelugatxe. Allí transcurrían las horas
y maduraban los pensamientos. A veces sólo y otras con los amigos más íntimos.
Nos peleábamos con nuestros miedos y disfrutábamos de nuestras emociones.
Descubríamos tesoros donde no había más que abalorios ajados por el salitre y
las mareas y jugábamos a ser robinsones. Pescábamos con aparejos rudimentarios
y disfrutábamos casi hasta el anochecer haciendo una pequeña hoguera entre las
rocas. Cañas de pescar sólo tenían los que venían de Bilbao a veranear a Bakio.
Una vez al año, el día de la Romería de San Juan,
todo el pueblo de Bermeo acudía a mostrar su devoción al Santo y cumplir con el
ritual en la ermita. Una ermita reconstruida por el propio pueblo después de
que unos vándalos la quemaran y arrojaran la estatua de San Juan por la
pendiente rocosa. Era una peregrinación desde la fe que pedía al Santo su protección.
Pero al día siguiente el entorno era nuestro de nuevo.
Supongo que hoy me siento como el niño de la cueva
que hoy visitan miles de personas para admirar sus hallazgos rupestres, o el de
la cabaña hoy declarada bien de interés cultural porque allí se desarrollaba
una actividad alfarera ya extinguida. Yo también me siento hoy destronado de
ese reino de la infancia en el que no había tramas perversas, conspiraciones
malévolas o dragones voladores. San Juan de Gaztelugatxe es ahora Rocadragón,
un lugar de peregrinación multitudinaria donde ya no se acude desde la fe sino
desde la mitomanía. No se que será ahora de la Romería de San Juan cuando
converjan en el mismo escenario tantos miles de personas de diferentes credos y
procedencias. Pero sigue siendo mi reino, el ancla que me une conmigo mismo a
través de los años a mi propio pasado.
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