Las fronteras y las lindes
siempre han sido manantial de disputas vecinales. Hay conflictos fronterizos
candentes en casi todo el mundo. Incluso en el mundo de los animales el
territorio es “sagrado” y se defiende con unas y dientes hasta expulsar a los
intrusos. Pero lo que más llama la atención es el afán de los humanos por
usurpar lo que pertenece a otro, amparándose en supuestas líneas delimitadoras
más imaginativas e interpretativas que reales si pasamos de los planos al
terreno.
Quien más quien menos ha
conocido, vivido y sufrido disputas generacionales entre familias por un palmo
de tierra. Los mojones, esos objetos pétreos e inanimados cobran vida en las
noches de luna nueva y se desplazan sigilosamente para ampliar uno de los
territorios que delimitan y, consecuentemente, reducir el otro. Son duendes
autónomos que se dedican a zascandilear de oficio, porque nunca nadie reconoce
la autoría de la mano humana.
Pasa lo mismo con las
naciones. Un pequeño trozo de tierra puede llegar a originar conflictos bélicos
cruentos. De hecho, las fronteras del territorio son a menudo mejor custodiadas
que la seguridad de los vecinos que habitan en el interior.
Pero el lío mayúsculo viene
cuando un humilde campesino vive en la frontera entre dos estados y uno de
ellos arenga a sus duendes, con forma de alambrada de espinos, a que se
desplacen apenas unos metros cada noche de forma que sea casi imperceptible.
Hace unos días me relataron un caso real, que a buen seguro estará muy
generalizado, de un agricultor que vivía y poseía tierras en una zona
fronteriza entre Rusia y Georgia. Al cabo de los años su granja seguía en
Georgia pero sus tierras, antes aledañas, estaban ahora en territorio ruso.
Para poder labrarlas y cultivarlas debía someterse a todos los controles
aduaneros o arriesgarse a ser tiroteado por entrada ilegal a otro país. Creo
que al final decidió esperar unos años al buen hacer de los duendes para
unificar todo su patrimonio. Y es que los rusos, como cualquier aldeano de
cualquier parte del mundo, son muy quisquillosos con eso de las propiedades.
Hace unos años decidieron que la península de Crimea era suya y Ucrania no tuvo
nada que hacer.
Incluso antes, cuando los
aliados acordaron cuatro zonas en Berlín bajo influencia de cada una de las
potencias aliadas, los rusos, que no veían claro eso de que todo el mundo
circulase por cualquiera de ellas, decidieron en 1961 levantar un muro que
separó amigos, familias, vecinos y conocidos.
Al final todo se reproduce a
escala. La propiedad es la propiedad.
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