Nunca he sido muy entusiasta de la ciencia ficción, aunque hay que reconocer que a veces la realidad actual no es sino una copia de lo que años antes era pura fantasía. Los creadores de esas historias lo mismo nos adentran en grandes cataclismos, espíritus malignos que nos invaden, que en mutaciones perversas que hacen tambalear todo el mundo real en el que vivimos. Puede incluso que tengan un punto de visionarios y deduzcan que llevamos algo oculto dentro que antes o después saldrá a la superficie. Es como si el gen más primitivo del hombre surgiera de vez en cuando de entre las tinieblas y se impusiera a los miles de años de civilización y cultura que nos han hecho llegar a donde estamos. Tantos años de avance para volver a la ley de la selva. Y me temo además que cuando ese gen despierta de su letargo tiene un poder contagioso difícil de neutralizar. La historia es testigo de cómo esa especie de belcebú que todos llevamos dentro se ha ido encarnando en personajes siniestros que han iniciado guerras o han promulgado ideas contrarias a la convivencia, ideas racistas, supremacistas, xenófobas y machistas que pretendían establecer categorías humanas.
Me preocupa que un tipo como Trump gobierne la nación más poderosa de la tierra. Forma parte del ciclo de la historia. Pero me preocupa más que donde debiera haber oposición haya contagio. Los movimientos que están surgiendo en Europa son la antítesis de lo que llevamos buscando y peleando desde hace muchos años: la convivencia pacífica, la integración del diferente, la solidaridad con los necesitados, la democratización y socialización de la cultura, la economía, la política, la recuperación de valores de comportamiento que humanicen toda nuestra actividad.
La historia nos ha demostrado que ese gen primitivo genera demonios, pero también nos ha enseñado que sólo haciéndoles frente se puede neutralizar su maldad. El cordón sanitario que se ha establecido en algunos países puede ser una buena medida. Pero sólo si se contagia. Pactar con el demonio es hacerle concesiones a favor de la desigualdad, la discriminación, el machismo, y quitárselas a quien más las necesita y las ha ido conquistando con mucho esfuerzo. No hay objetivo legítimo, ni político ni democrático, que suponga una merma de los derechos humanos y la igualdad. O marginamos y confinamos a ese gen primitivo o se comerá al resto de genes que hemos ido generando en nuestro interior.
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