“La mar es muy deleitosa de mirar pero muy
peligrosa de pasear”, Fray Antonio de Guevara, 1538. Posiblemente una de las primeras
versiones escritas del poderío de una fuerza que alimenta y castiga, No hacía
cien años que había fallecido Johannes Gutenberg para dar un impulso mundial a
la universalización de la escritura y apenas cincuenta desde que se descubrió
América. Pasaría todavía un tiempo hasta que Juan Sebastián Elcano fuese
considerado por la corona española como “Primus
circumdedisti me”. Pero la mar ha estado siempre ahí. Antes y después. Con
su superficie mutante, a veces encrespada, su potencial oculto y su astucia
taimada. En ocasiones plácida de contemplar como un animal salvaje sin ira y en
otras desenfrenada y mayestática. Pero siempre muy peligrosa de pasear. La mar
no es traicionera, simplemente no negocia. Los océanos, las costas y las olas
no practican la diplomacia, la mar es una fuerza natural que lo mismo mece y
acuna que fagocita y destruye. Tiene sus habitantes y tiene sus intrusos. Muchas
veces mal encarados, soberbios, ignorantes y osados, y en muchos casos simbióticos,
afectuosos, agradecidos por el placer de disfrutar pero temerosas de su poder y
su fuerza.
Serían tan interminables las glosas literarias a
ese auténtico “dios de la tierra” como innumerables son los que han retado su
poderío sin más conocimiento que la ignorancia, sin más razón que el
atrevimiento y sin más fuerza y capacidad que la de intentar lo imposible. Como
el cascarón de una nuez que intenta mantener el rumbo en pleno tormenta.
Pero hay personas de mar que se preocupan por la
gente de costa, personas que han dejado a la espalda su futuro en tierra para
dedicar toda su vida y conocimiento a rescatar a los temerarios, a enseñar a
los vocacionales a respetar lo que debe ser respetado por ley natural, porque
no es controlable, y a disfrutar a aquellos neófitos amantes de las olas, de
sus potencialidades y, sobre todo, a ser comprometido y consecuente con las
leyes no escritas de la solidaridad y el auxilio allá donde la mar arroja sus
convulsiones internas y las expulsa a la costa. “Socorrismo para surfistas” no
es un manual, es un cúmulo imprescindible de experiencias para conocer lo que
puede haber detrás de una plácida secuencia de olas. Detrás de esas
experiencias hay cientos de rescates, miles de horas de vela en las playas vizcaínas
y miles de socorristas formados y adiestrados. Jonan y Elena, buena ola y buena
travesía por la costa y en la vida.
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