En el planeta Tierra hay catalogadas en este momento un millón
setecientas mil especies de seres vivos. Además de varios millones que han
existido antes y que se han ido extinguiendo. Los científicos calculan que
estaremos por encima de los diez millones, siempre en números aproximados.
Dentro de esas cifras astronómicas, los seres humanos somos una especie
más y, además, de los últimos en llegar a este vecindario tan variopinto. No me
extraña esa cautela científica. Dada la composición de nuestro planeta, en el
que tres cuartas partes están cubiertas de agua, se puede jugar al escondite
con garantía de que no te van a pillar. Desde las profundidades marinas,
todavía no exploradas, hasta los picos del Himalaya, sólo paseados y poco
estudiados en cuanto a especies, el campo de juego se antoja inmenso.
Aun así, la curiosidad científica nos lleva a investigar otras posibles
formas de vida extraterrestre. Observamos a nuestro vecindario astral para ver
si se enciende la luz y descubrimos quién lo habita y qué hace. Somos como la
cotilla del barrio que vive en la ventana y conoce los horarios y costumbres de
todo lo que le rodea, sin reparar en lo que pasa en el interior de su vivienda.
Al fin y al cabo eso es lo cotidiano y no tiene mucho morbo.
Pues bien, esa cotilla del Universo que es el Observatorio Europeo
Astral nos acaba de anunciar el descubrimiento de un nuevo sistema, TRAPPIST-1,
con siete exoplanetas, tres de los cuales podrían reunir condiciones para
albergar seres vivos.
No me resisto a volver al inicio de esta columna y mirar las cifras que
manejamos aquí, quiénes somos y cuánto duraremos como especie. Aun cuando el
universo se pudiera clonar ¿Qué esperamos encontrar? ¿En qué etapa evolutiva?.
Todo esto, si es que de verdad hay algo.
Y yo me pregunto. ¿No sería menos científico pero mucho más humanitario
con nuestra propia especie abordar lo que sabemos que existe, y está
catalogado, y enfocar toda esa tecnología hacia el Mediterraneo para ver por
dónde andan las pateras a la deriva antes de que aparezcan los cadáveres en las
playas? No vienen de TRAPPIST-1. ¡Están aquí!
La ciencia nos permite ver lo que hay a 40 millones de años luz. Y la
conciencia nos ciega lo que tenemos delante de las narices.
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