viernes, 1 de abril de 2016

la "vieja Europa" no existe



Mientras ese gigante burocrático que llamamos Comunidad Europea negocia en sus estructuras cómo afrontar de forma legal la mayor crisis humanitaria de la historia, el espíritu que inspiró a sus creadores se va marchitando entre alambradas, egoísmos, frustraciones y … personas condenadas y confinadas en campos de concentración por “delitos” como huir del hambre y de las guerras, de la muerte y la opresión.
Los conceptos de igualdad y derechos humanos, de unión y solidaridad, de humanismo y libertad se diluyen en las supuestas negociaciones entre nuestros grandes líderes hasta quedar reducidos a términos despersonalizados propios de administraciones bananeras más preocupadas de su estabilidad que de los ciudadanos a los teóricamente representan. Las personas pasan a agruparse en cuotas, permisos, visados y nacionalidades hasta llegar a la más perversa de las diferenciaciones: refugiados de guerra o refugiados del hambre. Todo en nombre del orden y del bienestar de los que viven fronteras adentro.
Está claro que las tensiones y los intereses sumergidos que persisten más de sesenta años después de idearse e iniciarse el proceso de un nuevo orden políticos europeo siguen siendo barreras infranqueables. Y más infranqueable aún la convivencia entre las élites políticas y burocráticas y una opinión pública desafecta con sus instituciones tan asépticas y mercantilistas que obvian la ontología de sus ciudadanos. Esta no es la Europa que queremos.
El holandés Luuk van Middelaar tuvo hace años la lucidez de hacer una resonancia magnética a la historia de la construcción europea desde sus inicios hasta prácticamente lo que hoy conocemos. Desde mi punto de vista el resultado es desolador. Hemos construido tres Europas: la de los ciudadanos, la de los Estados y, finalmente, la de los despachos. Es decir, la de la burocracia. Las tres coincidentes en el proyecto originario, pero totalmente divergentes en los intereses. La idea primigenia, surgida de la necesidad de superar los grandes conflictos bélicos de la primera mitad del siglo XX, de universalizar los derechos humanos, de buscar la solidaridad entre los pueblos, se ha ido destilando en los despachos hasta perder toda su componente social y reducirse a intereses mercantilistas puros y duros.
Hasta que la Europa de los ciudadanos, de la solidaridad y de los derechos universales no se imponga a los estados y, sobre todo, a los despachos, los refugiados seguirán pasando hambre y miseria en las fronteras. Hemos vendido una idea humanista de una “vieja Europa” que no existe. En Idomeni ya lo han descubierto.

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