viernes, 1 de agosto de 2014

a la deriva


La situación política y económica actual es lo más parecido a un barco a la deriva, al que le salen vías de agua por todas partes sin que dé tiempo a taponarlas. Cuando se aborda una, surge en otro lado una nueva que descentra la atención de la anterior y traslada los recursos a la siguiente. Y no hay bombas de achique que pueda evacuar semejante caudal de miserables. Los casos de corrupción y malas prácticas se suceden como una infinita carrera por relevos que acaba por hastiar al más estoico de los documentados en la historia de la humanidad, es decir, Zenón.
No es que se haya roto un pacto tácito por la decencia en la praxis política y económica. Parece que lo que se ha quebrado es el pacto por la indecencia que es el que sostenía ese mundo de cuentas B, paraísos fiscales, nepotismos tolerados y cazos millonarios. Un pacto no escrito ni rubricado por nadie pero tolerado por omisión. El resultado final es una metástasis galopante que amenaza con cargarse al sistema, si la parte decente de ese sistema no lo impide. Porque lo que si han dilapidado ya es la confianza de los ciudadanos. Se ha agotado el crédito. La economía y las finanzas no tienen crédito para los ciudadanos y estos no dan crédito a los resultados de lo que estaban sosteniendo. Se está produciendo un divorcio de facto.
Pero yo quiero seguir confiando en las gentes de buen hacer, en los políticos decentes, en los vocacionales, en los que tienen espíritu de servir a la comunidad y no a servirse de ella. Hay muchos y muy buenos, aunque los árboles no nos dejen ver el bosque. Y tienen una tremenda responsabilidad, la del navegante solitario que dispone apenas de sus propios recursos para corregir el rumbo de una nave a la deriva. Un esfuerzo que requiere soltar lastre por mucho que cueste desprenderse de ciertas cosas y aligerarse de una carga pesada que amenaza con llevar a pique el sistema.  Tienen el deber moral, consigo mismos, de liderar el proceso de catarsis y recuperar una confianza que restituya el equilibrio perdido, sin tener que dejarlo siempre en manos de los jueces. Como dicen algunos expertos en no se qué, de todas las crisis se sacan aspectos positivos. Porque aquí la crisis económica y financiera ha aflorado otra crisis mucho más lacerante y cruel, la crisis de valores de algunos cargos públicos que para cuando nos hemos dado cuenta se había convertido ya en una pandemia peninsular.

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