HAY expresiones populares que utilizamos a diario y cuyo
origen se escapa al común de los mortales. No son frases célebres de ilustres
filósofos ni científicos de relumbrón que se utilizan para argumentar con ideas
ajenas aquello que uno no es capaz de pensar por sí mismo. Es decir, no son lo
que algunos llaman la inteligencia de los tontos. Tampoco son adagios latinos
que generalmente son de padre y madre conocidos y han sido la historia y la
literatura las que los han trasladado hasta nuestros días.
Estos dichos populares están huérfanos de paternidad y ha
sido la propia tradición oral la que los ha salvado de caer en el pozo del olvido.
A menudo se han utilizado como expresiones locales cómplices entre el
vecindario.
Y hay dos de ellos que por su cercanía me parecen de
especial interés y me ha resultado curioso conocer su origen. El primero es el
nombre popular de La Palanca. Posiblemente muchos de los lectores lo conozcan
pero creo que, como yo, a otros muchos les puede resultar una novedad. Según las
leyendas urbanas, este curioso “toponímico” que no figura en ningún registro
tiene su origen en los palancaneros que trabajaban en las minas de Bilbao.
Finalizada su jornada laboral se llevaban su pesada herramienta de hierro hasta
la zona de la Calle Cortes, próxima a las minas, y los depositaban en un local
mientras se desestresaban y solazaban regando su estómago en buena y lujuriosa
compañía. Este hecho, según cuentan, dio origen a uno de los bares de alterne
más famosos que ha habido en la zona y que se denominaba La Palanca 34.
La segunda de las expresiones y no menos curiosa es la de “a
cascarla a Ampuero”. No se por qué pero siempre he asociado ese nombre con un
pueblo de Cantabria sin saber muy bien qué es lo que se cascaba allí. Bueno,
pues parece que no se cascaba nada. Por lo visto esa expresión es tan bilbaína
que se refiere al pabellón del Hospital de Basurto que lleva ese mismo nombre
en recuerdo y homenaje a la familia Ampuero que fue quien donó el dinero para
construirlo. La particularidad de la frase radica en que a esa zona del
hospital trasladaban a los terminales. O sea, que la iban a cascar.
Pero hace muy poco me enteré de lo que era “ir de picos
pardos”. Expresión que todo el mundo entiende sin que nadie sepa lo que
significa. Resulta que en la edad media las prostitutas llevaban en la fada un
pico de color pardo como distintivo anunciador de sus servicios, para
diferenciarse de las de “buena moral”.
Conclusión: la sabiduría popular es sabia y generosa porque crea
desinteresadamente comodines para el lenguaje sin cobrar derechos de autor. Y
ahora se cobra hasta por respirar sano. Y no es una metáfora.
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