ECHO de menos ese espíritu aventurero que hace ya muchos
años era el principal estímulo para viajar. Porque conocer nuevos sitios está
muy bien, pero ese viaje hacia el interior de uno mismo, tus posibilidades, tus
reacciones ante lo desconocido, tu forma de afrontar los retos, de conversar
con las gentes y de superar los trances más insospechados, superaba en riqueza
la mayor parte de las veces al valor de lo descubierto.
A los hechos me remito. Cuando alguien cuenta sus
experiencias aventureras dedica mucho más tiempo a las anécdotas personales y a
las situaciones vividas que al marco en el que se desarrollan. Sin desdeñar el
marco, desde luego. Pero creo que lo fundamental, al margen del destino, es viajar,
vivir, huir de la rutina de uno mismo, reactivar la capacidad de sorpresa que
vamos perdiendo y estimular nuestro instinto de supervivencia, aletargado por
la planificación minuciosa y el pautado de cada uno de nuestros movimientos. Porque
ahora, también al viajar, se lleva organizada hasta la media hora del
bocadillo.
También he conocido gente que colecciona viajes. Enriquecen
así su hoja de ruta, sus latas de fotos, y van guardando pequeños objetos como
los billetes de los transportes públicos o los posavasos más pringosos, hasta
sumar un pequeño tesoro de cada lugar. Todo ello bien clasificado y a mano,
para poder mostrárselo a todas las visitas, a la mínima que se presente la
ocasión. Es como hacer el camino de Santiago buscando más los sellos de los
albergues que la mística de la experiencia. Que la tiene.
Antes era todo un enigma. La elección se hacía por cierta
complicidad con alguna imagen percibida o la experiencia de algún compañero más
adelantado. Ahora existen múltiples plataformas que generan tal inflación de destinos
que la simple elección se convierte en una aventura en sí misma. Por eso me
abruman los datos que se han publicado estos días sobre la Feria Internacional
del Turismo (FITUR): Decenas de ministros… centenares de países… decenas de miles
de profesionales… centenares de miles de twits… playas… monumentos…
monumentales hoteles… macrofiestas…
¿Dónde está la magia del descubrimiento?
Creo que hay cosas domésticas y laborales que tienen que ser,
y deben ser, planificadas. El orden y la organización ayudan sobremanera a
facilitar las cosas, y sobre todo a que no se compliquen innecesariamente. Es
cuando el tiempo se agota antes de empezar. Es el día a día. Pero hay paréntesis
temporales no necesariamente sujetos a esas reglas. Y son las vacaciones. No sólo
laborales, también personales y horarias. Por eso me gustan los mochileros.
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