sábado, 1 de marzo de 2014

un genio humilde

No descubro nada diciendo que ha muerto un genio humilde. El arte que atesoraba y compartía no eclipsó sus orígenes y forma de ser. Nunca dejó de ser el hijo de Lucía la portuguesa. Quizá su talento absorbía hasta su personalidad o quizá su personalidad estaba muy ocupada sirviendo a su talento, sin preocuparse de sí misma. Lo cierto es que genios en la historia hay muy pocos. Son los que marcan un antes y un después en la época que les ha tocado vivir, son los que cambian la ruta ordinaria por la que discurren las cosas y descubren que hay nuevos horizontes creativos, lejos de los catálogos oficiales. Los académicos podrán decir que han perdido la pureza, el corsé de lo que se considera correcto, pero la realidad es que han ganado en libertad creativa, han universalizado un arte dándole una dimensión mayor, y nos han enseñado que todos los límites son franqueables.

Es difícil y osado, por no decir imposible, establecer un ranking entre las artes creativas. Cada una tiene sus seguidores, sus matices, sus creadores y sus momentos. La perspectiva del tiempo suele hacer más justicia sobre la obra en soledad que cuando ésta convive con el autor. Quizá se roben algo de protagonismo el uno a la otra. Pero en la historia siempre ha habido excepciones de convivencia armónica y de simbiosis indivisible, sobre todo en una de esas artes por la que siento especial debilidad: La música. Podemos admirar un cuadro abstrayéndonos de su autor. Pero nunca podemos disociar la obra de Paco de Lucía de su ejecución, de su interpretación, de sus matices. En cierto que la creación es universal, inmortal, y el “creador” efímero. Pero no es menos cierto que en muchos casos, sobre todo en la música, el arte es el propio creador. La obra queda... pero huérfana.

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