A estas alturas de la vida hay muy pocas cosas que nos
llamen la atención. Los que peinan canas y los que no peinamos ya nada hemos
visto muchas primaveras y muchos otoños, y hasta algunos duros inviernos sociales
y personales. Pero por muy curados de espanto que estemos siempre queda un
hueco a rellenar.
La última encuesta hecha en las tres capitales de la
Comunidad Autónoma Vasca sobre gente que vive y pernocta en la calle es uno de
esos sobresaltos que uno se echa al zurrón de las sorpresas. Quien más quien menos
se ha topado más de una vez con algún indigente reposando en un banco público o
ha conocido a los habitantes de los puentes. Pero cuando alguien se toma la
molestia de hacer un recuento de las personas que duermen bajo las estrellas,
en el mejor de los casos, o bajo la lluvia y el frío, en el peor, nos damos
cuenta de que el individuo del banco no es más que una pequeña parte de la
multitud.
Casi trescientas personas duermen a la intemperie en
nuestras capitales mientras la mayoría nos cobijamos entre edredones de plumas
nórdicas en confortables habitaciones caldeadas a nuestro gusto. A veces hasta tenemos
nuestras preocupaciones cotidianas y a pesar del microclima que disfrutamos
para un reposo placentero, apenas podemos conciliar el sueño. Las facturas, los
colegios, las relaciones con el jefe, las notas, los desencuentros con la cuadrila...
Son los pequeños demonios que nos perturban el sueño y nos
soliviantan la vida. Después hay otros grandes demonios como la catastrófica situación
económica, el desmadre de la política, los grandes desastres naturales o el
injusto IVA que se aplica a la cultura, por poner algunos ejemplos. Estos
pequeños y grandes diablos son los que ocupan nuestras conversaciones y
preocupan a nuestro entorno.
Y en medio de todo eso qué. Por qué dejamos en barbecho el
territorio común de la solidaridad. Por qué obviamos un estrato social
marginado y nos saltamos ese charco, sin grandes esfuerzos, por miedo a que nos
salpique. Por qué lo que llamamos bienestar nos ha fagocitado nuestra condición
de seres humanos. ¿Sabemos algo de los pequeños demonios de los sintecho?
Ah! ¿Pero existen? ¿Tienen demonios?
Claro. Y son nuestros vecinos aunque no figuren en el padrón
por su condición de itinerantes en la ciudad y en la vida. Es evidente que nada
o poco se puede hacer frente a grandes desastres naturales o frente a
movimientos macroeconómicos que exceden nuestra capacidad de reacción. Pero hombre...
ayudar al vecino... Está claro que somos un país medianamente solidario y que
nuestras instituciones ponen los medios para evitar o paliar en la medida de
sus posibilidades estas situaciones. Pero el calor humano es otra cosa. Se
pueden compartir y combatir pequeños y grandes demonios con nuestros vecinos.
Posiblemente el resultado sea más confortable para el espíritu que el mejor
edredón nórdico.
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