jueves, 1 de agosto de 2013

programación gris marengo

CREO que la oferta cultural del país está más o menos a la altura de las circunstancias en estos meses del solsticio más esperado del año. Bendita época estival en la que nos quitamos la cuadrícula de la vida gris marengo, nos despojamos del traje de rayas laboral y nos volvemos un poco peliculeros californianos en las costumbres.
Pantalón corto, chanclas, cervecitas y anarquía horaria. El sol y el buen tiempo obran milagros en el cuerpo y el espíritu. Es cuando más disfrutamos de nuestro tiempo o simplemente pasamos de el por qué no nos agobian las urgencias horarias. Particularmente soy, desde mi más rebelde adolescencia, un enamorado del blues y del jazz. Y soy de los pocos privilegiados que coincide con su hijo, treinta y cinco años más joven, en los gustos musicales. Mis colegas eran más rockeros pero nunca hubo la más mínima fricción. Cada cual a lo suyo con su cada quien.
Tengo pues unos gustos musicales con cierta raigambre que no son precisamente estacionales. No coinciden con solsticios ni modas, con grupos ni con nuevas tendencias. Forman parte de una cultura que, como todas, necesita casi “el pan nuestro de cada día”. Y si esto es pedir demasiado, al menos una vez a la semana o cada quincena. O si quieren, cada mes.
Admiro la efervescencia musical de estos días, ese concentrado de grupos, lugares y estilos para todo tipo de tribus urbanas, tribus rurales, tribus y hasta lobos solitarios. Pero me resisto un poco a los empachos porque, entre otras cosas, afectan negativamente al páncreas, no permiten degustar con fruición las exquisiteces y no dan tiempo a regurgitar lo escuchado para valorarlo en toda su dimensión. Tenemos festivales de jazz en Getxo, Gasteiz y Donostia, todos ellos con figuras de primera línea mundial. Además de las programaciones de otros pueblos y ciudades.
Todo ello apenas en un mes. Son una sucesión sucesiva de delicatessens que nos desbordan. Salvo los más afortunados, apenas tenemos tiempo ni dinero para satisfacer nuestra melomanía. Yo al menos no puedo estar todo un mes de gira por Euskadi. Y el que puede, los escucha todos. Pero luego que...
Echo de menos una programación más ordenada y escalonada en el tiempo. Particularmente no me importaría, y creo que a nadie, escuchar a Chick Corea y a Paco de Lucía en pleno febrero; ni a Diana Krall en noviembre. Creo que ese placer no está intrínsecamente ligado al verano. No me importaría que convivieran las dos programaciones aunque creo que por la importancia de las figuras serían prácticamente excluyentes. Simplemente por decir algo... Los museos programan exposiciones durante todo el año, la temporada de ópera tiene también su propio calendario, las salas de exposiciones no se abarrotan de obras de arte de diferentes autores.
Cada genio tiene su espacio, su tiempo, su público y su momento de gloria tanto para él como para sus admiradores. No se genera una inflación que acabe por devaluar lo artístico y la mística que genera cada autor en su parroquia. El resto del año también existe y el público es fiel independientemente de la época. Al margen de las programaciones locales, siempre de agradecer, también se necesitan momentos de placer espiritual y musical, con figuras de primera línea, en medio de nuestro periodo gris marengo.

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