miércoles, 3 de julio de 2013

un "milagro" laborioso

BILBAO ha entrado en la órbita de las ciudades con glamour. Ha pasado de buscar referencias a ser referente. Todavía recuerdo mis primeras escapadas a otras ciudades de Europa. La primera, cómo no, fue a París. Después vinieron sucesivamente Bruselas, Ámsterdam, Berlín... y así hasta lo que se llama cruzar el charco.
Entonces Bilbao era una ciudad gris para los que sólo miraban el paisaje y adquiría personalidad cuando se conocía al paisanaje. La Ría olía mal para los foráneos y tenía un aspecto más que turbio, con habitantes inertes que se mecían hacia arriba y hacia abajo arrastrados por la corriente de la Ría o el empuje de las mareas. En definitiva, a sus orillas lo único vivo que se asomaba eran los anguleros y las angulas despistadas. Todavía no entiendo cómo podían sobrevivir entre tanto detritus humano y desechos químicos. Bilbao no tenía metro, el tranvía había pasado a mejor vida y el sustento industrial sobre el que había palpitado la vida de la Villa había entrado en un estado de corrosión irreversible.
En medio de este paisaje, esa primera salida a París fue como una revelación. Me llamó la atención el metro que circulaba bajo tierra y te conectaba con una y otra punta de la capital francesa. Pero sobre todo me maravillo la convivencia de su sabor a cultura con un estilo urbano, moderno, cosmopolita. Me gustó la vida que transmitían sus calles. La luz y el color, el mestizaje armónico entre lugares, lenguas y personas.
He vuelto en muchas ocasiones, la última el pasado verano. En todo este tiempo también he podido viajar a otras capitales y a la vuelta siempre siento el “milagro” laborioso de la transformación de Bilbao. Una especie de síndrome de Stendhal autóctono.
Ahora comparo todos esos sitios con nuestra Villa y me descubro a mí mismo que el ambiente cosmopolita de las calles de esas ciudades ya no me sorprende, sus metros necesitan un lavado de imagen y su luz no es más luminosa que la de Bilbao, ni sus ríos más limpios que nuestra Ría. Siento ráfagas de chauvinismo.
La Cumbre de Alcaldes me ha hecho reflexionar de nuevo. Alcaldes de 57 ciudades punteras de todo el mundo han examinado la transformación de Bilbao. La delegación asiática se interesaba por el préstamo de bicis; el alcalde de Houston estaba impresionado por los jardines. Todos han visto una ciudad vivible, sin prisas, cómoda, limpia. Solo espero que dentro de 15 años, si alguno de estos dirigentes vuelve a la capital siga teniendo cosas que aprender y que Bilbao se siga reinventando, con el espíritu de su paisanaje, ese que nunca ha sido gris. Bilbao ha hecho cumbre de dirigentes mundiales, pero no ha tocado techo. 

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