miércoles, 1 de febrero de 2012

globalización vulnerable

ESTO de la globalización y las nuevas tecnologías produce tal aceleración en nuestra vida y nuestros comportamientos que apenas nos queda tiempo para disfrutar de nuestra propia soledad. Tenemos a nuestros amigos y a nuestros enemigos a un toque de tecla. Y ellos a nosotros también. Todos somos un poco intrusos de todos e incapaces, por tanto, de administrar con el reposo preciso nuestras propias circunstancias vitales. Toda nuestra vida es permeable a las tormentas del ciberespacio sin que apenas podamos discriminar la lluvia con la que nos queremos refrescar del granizo que nos aporrea hasta magullarnos la intimidad.

Pero hay algunos hechos insólitos que merece la pena analizar, retrotraerse en el tiempo y, con perspectiva, extraer conclusiones. Las buenas y las malas. Porque como decía un ilustre pensador, las experiencias en sí mismas tienen un valor relativo; lo importante es saber qué hacer con ellas.
El primero de estos hecho se produjo hace unos meses con un fallo en unos servidores de Canadá que inhabilitaron durante varios días los servicios de correo electrónico de las blackberry en más de medio planeta. La zozobra y el caos comunicativo que generó este accidente entre millones de usuarios tuvo para algunos dimensiones apocalípticas. La compañía que tuvo el fallo es lo de menos. La conclusión importante es la vulnerabilidad del sistema y su afección en las relaciones interpersonales e, incluso, interempresariales.
Volver a los métodos tradicionales como el correo postal o la telefonía fija hubiera supuesto para algunos el retorno al pleistoceno tecnológico, época que los más jóvenes ni siquiera recuerdan.
Estos días hemos asistido al cierre, por imperativo legal, de “megaupload”. Un portal que concentraba el 7% del tráfico de la red. Este hecho, de por sí significativo, lo es más, si cabe, por los movimientos de protesta que ha generado en algunas de las webs de referencia en el ciberespacio, que interrumpieron sus servicios durante veinticuatro horas.
Es innegable que una sensación de orfandad colectiva en el acceso al conocimiento se apoderó de millones de usuarios. Afortunadamente el “cataclismo” fue intencionado y el servicio se restableció con normalidad en veinticuatro horas.
En definitiva, los dos hechos de referencia han hecho crujir algunos de los cimientos de la globalización con su correspondiente afección a las relaciones personales, tráfico comercial, acceso al conocimiento…
¿Qué pasaría en caso de apagón digital permanente? ¿Cómo lo hacíamos antes?
Quizá necesitemos el reposo preciso que da la soledad para poder administrar nuestras propias circunstancias vitales.

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