Puede que a estas alturas del verano estemos todavía bombardeados por la victoria de “La Roja”. A este triunfo “mundial” se han sumado los caza-imágenes de la “clase” política que nunca habían soñado con tanta gloria televisada hasta en los escaparates de las tiendas. Pero, por los visto y oído, abrir todos los informativos les ha provocado tal empacho de populismo que algunos han decidido desterrar de sus callejeros a ilustres personajes de la historia, la ciencia, la cultura o la propia política, para encaramar en sus paredes a los nuevos héroes. Porque a estos sí que les conoce todo el mundo y, de los otros, en el pueblo no se sabía ni quiénes eran.
¿Juan Ramón Jiménez…?
- Ni idea… ese no vive aquí.
Quizá mi perplejidad no esté justificada y quieran simplemente facilitar a sus parroquianos la localización de las calles para orientar mejor a los foráneos y fomentar así el turismo. ¿Quién se va a resistir a visitar la plaza del que metió el gol decisivo contra Alemania?
No quiero restar ningún mérito a los deportistas, que fueron los auténticos conquistadores, pero sí a los cortesanos figurantes que se colaron en el casting. Por eso, de toda esta caterva de despropósitos, me quedo con una imagen para la historia. Porque esa instantánea es el reflejo de una historia interminable, de una dedicación comprometida, personal y emotiva, íntima, entre padre e hijo, en la competición diaria de la vida. Me emocionó la imagen de Álvaro del Bosque levantando la copa de Campeón del Mundo, un trofeo que su padre, Vicente, el hombre tranquilo y sereno, había conquistado para dedicárselo a él.
Puede que este trofeo haya sido para Álvaro el más visible, con baño de multitud incluido, pero seguramente no es el más importante. La superación de los pequeños retos que afrontan a diario todos los niños con síndrome de Down, esas victorias parciales que tienen como gregarios de lujo a sus padres, son las que aportan los verdaderos momentos de felicidad.
Seguro que Vicente del Bosque encara todos los días problemas más importantes que ganar un campeonato del mundo. Sin suplentes ni posibilidad de cambios. Pero nadie le va a hacer un homenaje ni a dedicar una plaza. Ahí no hay foto. Simplemente soledad… y Álvaro. Paradojas de la vida.
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