Todas las injusticias son malas por definición, pero las que nos tocan de cerca son más palpables y laceran mucho más los sentimientos. Dejan cicatrices en el alma. Esa es la sensación que me embargaba desde hace cinco años. Cinco años en los que los pequeños detalles de la vida, y de las gentes que transitan por ella, me hacían evocar de forma recurrente a un amigo. Unas vivencias que Olga y yo hacemos más llevaderas hablando siempre de un amigo y no de un recuerdo.
Porque los amigos, aunque ya no estén, siguen compartiendo con nosotros muchas cosas. No están en el recuerdo sino en la intermitencia de lo cotidiano, en un presente discontinuo. Afloran cuando los necesitas y se diluyen en el interior de uno mismo cuando la vida reclama tu atención.
Esa es la sensación con la que convivo desde hace cinco años, desde que José Luís Iturrieta se fue para siempre a las campas de Belatxikita y nos dejó a todos un poco huérfanos de amistad.
Todos esos recuerdos me embargaron hace unos días cuando me invitaron a asistir a la presentación de un libro con una selección de sus artículos. Pero no se trataba de un libro. Para los que estábamos allí era mucho más. Era una reparación de su memoria y su legado. Un homenaje compartido que la miseria humana le negó hace cinco años y que la grandeza de espíritu le ha restituido ahora. Y además fue entre amigos. Eso fue lo realmente emotivo. Él hubiera huido del protagonismo, pero no estaba allí para refunfuñar.
Había gentes de varias generaciones diferentes, de profesiones muy variopintas. Pero también me reencontré con amigos comunes, con compañeros de trabajo con los que sí podía compartir su recuerdo y su memoria. Sin grandilocuencias ni loas merengadas. Simplemente evocando momentos, instantes grabados sin fecha de caducidad. Como corresponde a los amigos.
Ciertamente me sentí reconfortado escuchando a Marije y a Arantza hablar de José Luís. Ví una emoción nostálgica y resignada en los ojos de Dori y Ainhoa y percibí en toda su dimensión el sentimiento generalizado de todos los que estábamos. Ese era Itu. Y se lo merecía.
jueves, 16 de septiembre de 2010
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