Días de
teatro y música, de espectáculos indoor y tertulias con desenlace incierto.
Todo parece girar en torno a la cultura y la familia, dos elementos no siempre
bien conciliables. Estos días de fiestas navideñas he asistido casi como
espectador a dos discusiones familiares sobre la cultura, sus valores, su
necesidad de popularización, sus fuentes de financiación y el valor de los
creadores aunque no obtengan rendimientos tangibles sobre el capital
intelectual invertido, más allá de un reconocimiento que apenas llega para
poder comer.
En mi
familia, creo que como en todas, tenemos adeptos a los dos bandos en litigio.
Por un lado están los artistas, los que tienen su vocación y su devoción unidas
indefectiblemente a todo su tiempo: el teatro y la música. Y por otro los
pragmáticos, los que apenas conciben el desarrollo de una actividad profesional
sin unos beneficios que les hagan ir subiendo en la escala social y
profesional, al margen de los reconocimientos intelectuales.
Sería casi
milagroso, oídas cada una de las argumentaciones, que se llegara a una entente
cordial. Las posiciones son numantinas y los argumentos cerrados y
encastillados en la defensa de la actividad a la que se dedica cada uno.
Pero sí
existe un punto de encuentro que es la amalgama que da consistencia a ese
encuentro familiar. Es la mesa, la conversación, aportar cada uno en la medida
de sus posibilidades y compartir sin medir cuanto le toca a cada uno según lo
aportado. Es pasar del pensamiento de masas a los diálogos de mesa. Es lo que
da auténtica armonía y sostenibilidad al encuentro familiar. Es el punto de
encuentro de dos sensibilidades que por sí mismas parecen antagónicas pero son
capaces de convivir y compartir.
Porque la
sostenibilidad de la familia, del sistema y de la sociedad tiene necesariamente
que estar basada en la solidaridad. No concibo una mesa con todos en la que
cada uno coma sólo de lo suyo. Si buscamos la rentabilidad a todo corremos el
riesgo de quedarnos sin creadores, sin arte, sin pensamiento crítico, sin una
gran parte de una sociedad que aporta riqueza intelectual. Aunque no sea
tangible para el bolsillo, sí lo es para nuestra formación y nuestros valores
como personas.
El concepto
de sostenibilidad no existe, no es nada sin el de solidaridad. En nuestras
familias, en nuestra sociedad y, por supuesto, con los refugiados.
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