HAY un mundo
aparente en algunos políticos que empieza a parecerse a la teletienda. Todo son
remedios casi milagrosos que luego se trastocan en pequeños fraudes al
consumidor. Ni la ropa sale planchada, ni las manchas desaparecen ni el
artilugio de cocinar maravillas tiene nada que ver con un buen puchero a fuego
lento.
Como colectivo de
personas debemos tener cara de estúpidos vistos por los ojos de los grandes
estrategas de las campañas. Nos venden unas burras que luego individualmente no
las compraría nadie. Y no entiendo cómo podemos ser un colectivo estúpido
cuando uno a uno no nos consideramos así. Pero el resultado es que acabamos
cayendo en las redes de los mensajes que lanzan los telepredicadores que arreglan
el paro, la pobreza, las enfermedades, el fracaso escolar y otras tantas cosas,
en cuatro días más o menos. A otros, más serios, les cuesta al menos cuatro
años empezar a poner orden.
En ese bombardeo de
eslóganes curiosos, y nada dogmáticos según ellos, hay quienes aspiran incluso
a conquistar nada menos que El Cielo, algo que se ha vuelto contagioso. Pues
hombre, yo pienso que si se portan bien y son creyentes es un objetivo alcanzable.
Lo jodido es arreglar de verdad lo que está pasando en la tierra. Y no sé si
está precisamente en El Cielo el cuadro de mando que puede solucionar las cosas
más terrenas. Pero lo cierto es que la gente, esa que uno a uno no parecen tan
tontos, les cree y confía en ellos. Porque lo dicen en la tele y lo dice la
tele, algo que ya inventaron los reverendos norteamericanos hace muchos años
para llegar a las masas sin tener que patear las calles.
Es como la
transmutación de la política en algo más relacionado con la fe, que para
algunos mueve montañas sin despeinarse.
Particularmente
pienso que si fueran más sinceros, pragmáticos y menos telepredicadores, más
andarines, si se desprendieran de esa vocación de crear sectas de seguidores en
lugar de ciudadanos críticos que estimulen y controlen las acciones de los
gobiernos, todos nos miraríamos de otra forma.
Ya sé que
colectivamente nos consideran estúpidos, pero todo es un juego de espejos en
los que nos reflejamos todos. Nosotros y ellos. Y la imagen que tenemos unos de
otros es la misma.
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