lunes, 1 de agosto de 2016

no, es no



Hay cierto primitivismo en la naturaleza humana que ni la cultura ni la educación han sido capaces de neutralizar en algunos individuos. Siguen manteniendo los mismos comportamientos de la ley de la selva en su versión más miserable, individual y grupal. Pero ahora de forma más taimada. Aprovechan los momentos lúdicos y festivos, aquellos en los que nos desinhibimos de muchos de nuestros prejuicios sociales más aparentes, para superar barreras que siempre deben ser infranqueables. Nada, nada puede justificar la violencia ni la falta de respeto hacia las personas, y muchos menos la violación de su voluntad y de su cuerpo.
La sociedad y las mujeres llevan toda la vida, desde que el mundo es mundo, en una pelea constante, agotadora e interminable, buscando una igualdad y un respeto que por derecho natural les corresponde y que muchas sociedades, muchos energúmenos y muchas civilizaciones les hurtan por conveniencia, relegándolas a un papel biológico-reproductor, casi un complemento y fiel escudero de la voluntad y las necesidades del hombre.
Las fiestas de Bilbao y las de todos los pueblos pueden y deben ser un buen momento para iniciar un activismo militante contra la discriminación, contra la desigualdad, contra la infamia, contra esas carencias sociales que nos estigmatizan como individuos porque somos incapaces de considerarnos y respetarnos en pié de igualdad, de reivindicarnos como personas.
Hay quien piensa que hemos avanzado. Yo creo que estamos en el punto de partida. Todavía estamos por debajo de la cota cero que debe marcar el inicio de una construcción social justa y consolidada. No puede haber un solo caso de discriminación ni de violación porque eso nos mancilla a todos. La oportunidad de la fiesta no puede ser la de la impunidad del agresor sino la de su marginación, rechazo y condena, hasta aniquilarlo de la sociedad. No podemos hacer de nuestras fiestas un carnaval veneciano en el que la ocultación de la identidad daba pié a todo tipo de vendettas y actitudes miserables, abusos e ignominias.
Los hechos que han aflorado en las fiestas de nuestra periferia nos deben remover las entrañas. Los puntos negros y las zonas de sombra no están en nuestras ciudades sino en los individuos que las aprovechan, en los grupos de salvajes que se escudan en el alcohol para aprovecharse por la fuerza de la debilidad de otra persona.
Es cierto que debemos urbanizar nuestras ciudades evitando las zonas opacas, hacer todo lo que pueda contribuir a evitar esta lacra social, pero la auténtica construcción no es la del ladrillo sino la de la cultura, la conciencia y el respeto.
Quede claro que no pongo en entredicho las políticas de igualdad, los esfuerzos de muchos grupos de mujeres y hombres por el respeto como personas en las fiestas, el trabajo y la vida misma. Pero a la luz de los hecho no parece suficiente. Ni siquiera sé lo que hay que hacer para que alguien entienda que No es No. Por eso, ante la impotencia de no saber cómo erradicar este cáncer, me queda el recurso a la denuncia, a la expresión de mi indignación, en la confianza de que a alguien le sirva para pensar como persona antes de comportarse como un animal.

No hay comentarios:

historia de una adopción

caminos sinuosos

Todos los caminos en la vida son sinuosos. No hay líneas rectas para avanzar porque los obstáculos surgen estratégicamente. La propia exis...