Hay cierto primitivismo en la naturaleza humana
que ni la cultura ni la educación han sido capaces de neutralizar en algunos
individuos. Siguen manteniendo los mismos comportamientos de la ley de la selva
en su versión más miserable, individual y grupal. Pero ahora de forma más
taimada. Aprovechan los momentos lúdicos y festivos, aquellos en los que nos
desinhibimos de muchos de nuestros prejuicios sociales más aparentes, para
superar barreras que siempre deben ser infranqueables. Nada, nada puede
justificar la violencia ni la falta de respeto hacia las personas, y muchos
menos la violación de su voluntad y de su cuerpo.
La sociedad y las mujeres llevan toda la vida,
desde que el mundo es mundo, en una pelea constante, agotadora e interminable,
buscando una igualdad y un respeto que por derecho natural les corresponde y
que muchas sociedades, muchos energúmenos y muchas civilizaciones les hurtan
por conveniencia, relegándolas a un papel biológico-reproductor, casi un
complemento y fiel escudero de la voluntad y las necesidades del hombre.
Las fiestas de Bilbao y las de todos los
pueblos pueden y deben ser un buen momento para iniciar un activismo militante
contra la discriminación, contra la desigualdad, contra la infamia, contra esas
carencias sociales que nos estigmatizan como individuos porque somos incapaces
de considerarnos y respetarnos en pié de igualdad, de reivindicarnos como
personas.
Hay quien piensa que hemos avanzado. Yo creo
que estamos en el punto de partida. Todavía estamos por debajo de la cota cero
que debe marcar el inicio de una construcción social justa y consolidada. No
puede haber un solo caso de discriminación ni de violación porque eso nos
mancilla a todos. La oportunidad de la fiesta no puede ser la de la impunidad
del agresor sino la de su marginación, rechazo y condena, hasta aniquilarlo de
la sociedad. No podemos hacer de nuestras fiestas un carnaval veneciano en el
que la ocultación de la identidad daba pié a todo tipo de vendettas y actitudes
miserables, abusos e ignominias.
Los hechos que han aflorado en las fiestas de
nuestra periferia nos deben remover las entrañas. Los puntos negros y las zonas
de sombra no están en nuestras ciudades sino en los individuos que las
aprovechan, en los grupos de salvajes que se escudan en el alcohol para
aprovecharse por la fuerza de la debilidad de otra persona.
Es cierto que debemos urbanizar nuestras
ciudades evitando las zonas opacas, hacer todo lo que pueda contribuir a evitar
esta lacra social, pero la auténtica construcción no es la del ladrillo sino la
de la cultura, la conciencia y el respeto.
Quede claro que no pongo en entredicho las
políticas de igualdad, los esfuerzos de muchos grupos de mujeres y hombres por el
respeto como personas en las fiestas, el trabajo y la vida misma. Pero a la luz
de los hecho no parece suficiente. Ni siquiera sé lo que hay que hacer para que
alguien entienda que No es No. Por eso, ante la impotencia de no saber cómo
erradicar este cáncer, me queda el recurso a la denuncia, a la expresión de mi
indignación, en la confianza de que a alguien le sirva para pensar como persona
antes de comportarse como un animal.
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