No es extraño que hasta la mitología griega tenga un dios consagrado a la
fiesta cuya misión consistía en dar punto final a la preocupación y liberarle a
uno de su ser normal mediante el vino, la danza y la música. Para algunos, el dios
Dioniso provocaba la locura y el éxtasis. Evidentemente esto es mitología y no
hace falta llegar a ese extremo, pero sí circundar su periferia, disfrutar y
exaltar los valores lúdicos tan imprescindibles en un mundo acelerado y gozar
de ese momento colectivo de expresión popular.
Estamos en un periodo estival moteado de festejos por toda la geografía
vasca. Una carrera de relevos en la que unos pueblos pasan el testigo a otros y
así sucesivamente hasta el equinoccio de otoño en el que el tiempo se va
templando, las almas se sosiegan y la mesura y el orden se van adueñando de
nuestro tiempo. Porque no todo es eterno, ni debe serlo. Pero no es bueno
adelantar acontecimientos. No vamos a dar por cerrada la fiesta antes de que
comience. Como dice una famosa locución latina “Carpe diem, tempus fugit”.
Este mes nos toca
Bilbao. Una Aste Nagusia que migró de la periferia, de los barrios circundantes,
hasta concentrar a todos en el centro de la Villa como una explosión de júbilo colectivo. La suma de
esfuerzos, la unión de voluntades, la perseverancia y el ansia de compartir
para crecer, crearon una Aste Nagusia que se reinventó hace más de cuarenta
años. Ha sufrido tensiones y distensiones, ha llegado a ser símbolo de regeneración
social, de integración y participación de movimientos populares e intereses
colectivos. Se ha consolidado, ha mejorado y ha aportado mucho al acervo de la
Villa.
Hoy sería bueno retrotraernos en el tiempo para dar un sentido homenaje a
sus orígenes y responder con justa equidad a lo que hemos recibido, por todo lo
que nos ha aportado. El propio alcalde, Juan Mari Aburto, recoge entre sus
grandes preocupaciones y sus compromisos, dos conceptos integradores a los que
hay que dotar de cuerpo normativo y cariño exquisito hasta que sean permeables
a toda la ciudad: los barrios y la accesibilidad. Sí, esas radiales de Bilbao
que alimentan y alientan a diario el centro, dan vida, hacen que la city
palpite modernidad, negocio, arte y vanguardia.
Pero esas radiales, esos barrios que tienen vida propia, a veces son sólo
donantes anónimos. No hay duda de que se atenderán sus necesidades básicas,
pero después hay otras no menos importantes.
“Primum vivere deinde philosophari”. Necesitan una doble vía de
accesibilidad. El centro no puede ser el becerro de oro al que todos vayan a
admirar, debe irradiar todos esos conceptos de modernidad, fiesta y negocio
hacia la periferia hasta fundirse en un todo donde Bilbao sea la ciudad y no el
centro. Donde no haya ídolos paganos a los que seguir sino una ciudad compacta,
amalgamada y homologada en cada uno de sus rincones y de sus habitantes. En
ningún caso critico lo que hay, que es mucho y bueno. Simplemente reivindico lo
que nos falta, que también es mucho y necesario.
No tengo dudas de que ése es el propósito del alcalde. Conozco su capacidad
y su perseverancia para convertir sus propósitos en realidades. Sé que atenderá
primero el “vivere” y luego el “philosophari” porque ambas cuestiones forman
también parte de su forma de ser y sentir.
Las fiestas son una buena oportunidad para atender a los barrios y a su necesidad
legítima de compartir protagonismo, y a un concepto abierto y circular de la
accesibilidad. Quizá haya momentos en la vida en los que tengamos que anteponer
el “philosophari” al “vivere”. Es una transgresión temporal e inocente de
conceptos que puede ser el principio de algo diferente y justo.
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