Percibo desde hace
años un proceso de mutación social que está transformando la cadena de
responsabilidades. Nuestros antepasados daban por sentadas muchas cosas sin que
nadie se cuestionara el porqué. Simplemente los padres se encargaban de los
abuelos en una sucesión natural de responsabilidades que formaban parte
intrínseca de su cultura. Era una ley de vida en cuya génesis y desarrollo no
había intervenido ningún legislador. Obedecía a un instinto de supervivencia
como especie.
El norte era el norte
y el sur era el sur. El pan era pan y el vino era vino. Sin matices alambicados.
Y así sucede aún en lo que algunos llaman las sociedades más “primitivas”, que
es lo mismo que decir sociedades en las que el dinero y la “civilización”
todavía no han fagocitado la cadena de apoyo intergeneracional.
Ahora las cosas no
están tan claras. Está de moda lo transversal. Algo que abarca todo pero sin
que nadie sepa dónde empieza, dónde acaba ni por donde transcurre. El dinero, la
formación, la solvencia del individuo para llegar a ser autosuficiente y su
capacidad de independencia han hecho con una ley natural lo mismo que Wert con
la ley de Educación. Poner todo patas arriba. Es el triunfo del egoísmo.
Hacemos nuestra memoria más selectiva para romper vínculos emocionales que nos
hipotecarían nuestra proyección de futuro. Los que antes eran nuestro apoyo
ahora son un lastre. Al fin y al cabo, para esa pagamos impuestos. Nos
preocupamos de que sea el paternalismo institucional quien se ocupe de los que
nos “roban” el tiempo y la libertad. Nos olvidamos de quiénes fueron y nos
quedamos con lo que son. Ni sombra de lo que fueron. Pero siguen siendo ellos.
Afortunadamente hay
muchas excepciones que dignifican la condición humana. Que no han abandonado
ese “primitivismo” protector y responsable para sucumbir a la peor peste de
cualquier civilización que es la de desentenderse de su mayores. Pero cada vez
son menos.
Alabo la tarea que
desempeñan las instituciones. Atienden lo material, las necesidades biológicas
básicas. La ciencia avanza y aporta comodidades. Pero la ciencia no ha
inventado ni inventará ningún sustitutivo del cariño familiar. Está claro que los
oráculos no auguran buenos tiempos para las personas mayores. Aunque la ciencia
siga empeñada en aumentar la esperanza de vida.
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