jueves, 1 de enero de 2015

las voces del desarraigo


SÉ que la juventud es un bien a proteger y un patrimonio común con el que nos jugamos nuestra propia supervivencia como sociedad. Porque sin ellos no hay futuro y sin futuro no pintamos nada aquí. Hay una gran preocupación por el empleo de nuestros jóvenes, por el retraso inevitable que ello conlleva a la hora de materializar sus proyectos de vida, por la incertidumbre que acecha su porvenir y, en consecuencia, por la sostenibilidad del propio sistema.

Recuerdo hace muchos años en un viaje de trabajo a Argentina, entonces el país más inflacionista del mundo, que una de las cosas que más me llamó la atención fue la convivencia perversa entre la pobreza extrema y unos ciudadanos con un nivel cultural y educativo muy elevado. El grado de frustración y desapego que impregnaba la convivencia, a pesar del nivel de formación o quizá por eso, estaba generando un magma social muy próximo a la erupción. Muchos de sus ciudadanos hablaban de la situación del país en tercera persona, desde la distancia y la desafección. Eran las voces del desarraigo, de la impotencia, del distanciamiento con el lugar y la situación en la que estaban condenados a vivir. Un divorcio entre pueblo y poder, fuera político o económico.

Llevo tiempo percibiendo una sensación similar entre nuestros jóvenes y los no tan jóvenes. Nuestra cohesión lleva camino de convertirse en una desconexión. Hay mucha formación y poca ocupación. El presente nos ciega el futuro y la distancia es cada vez mayor. Estamos en un presente continuo que no avanza, y lo que no avanza no prospera, languidece y se va marchitando.

O ligamos el presente y el futuro a los jóvenes, a sus proyectos de vida, a su empleo y a su desarrollo integral como personas o nos iremos consumiendo como sociedad hasta parecer una broma de lo que podíamos haber sido.

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