sábado, 1 de noviembre de 2014

tiempos de aflicción política y económica


Estamos viviendo unos tiempos de aflicción política y económica que no pronostican sino el preludio de una nueva concepción de entender la res publica. Una nueva concepción que está adquiriendo cuerpo entre los ciudadanos y cuyos cimientos están enraizados en la desconfianza, la desesperación y el hartazgo por los comportamientos de algunos facinerosos, crueles y desconsiderados con la ciudadanía. Algo similar está ocurriendo con las entidades bancarias en las que depositábamos nuestros pequeños ahorros, abríamos la cartilla de nuestros hijos y acudíamos religiosamente cada mes para ponerla al día y tener por escrito el montante de nuestro pequeño tesoro.
En los primeros depositábamos nuestra confianza para gobernar, y en los segundos nuestros ahorros para que los gobernaran.  Salvo los descreídos a perpetuidad, esos listillos que abundan en todas las comunidades, nadie dudaba de que nuestros votos y nuestros dineros estaban a buen recaudo.
Nuestros propósitos de mejora social,  unos ahorros con vocación de estabilizar nuestro futuro, unas aspiraciones de mejora laboral, y la esperanza de dejar un mundo mejor que el que habíamos heredado, se han ido al traste. Hemos pasado de ser la generación que se alimentó de la capacidad de trabajo y sufrimiento de nuestros padres, la que emergió como clase media acomodada, a ser la generación de los sueños rotos. La soberbia o la inconsciencia de pensar que todo era trigo no ha hecho sino desestabilizar el futuro de nuestros hijos.
No pienso que todos los políticos o los banqueros sean de la misma calaña, pero los que han sido, han sido tan poderosos en su alevosía que han acabado por hundir a un país y arrastrar los sueños de sus millones de ciudadanos a un pozo de incertidumbres sin fondo.
Mantengo la confianza en que este proceso de desinfección política, de saneamiento de las cloacas del poder corrupto, lleve a todos los responsables primero, a la cárcel, que es su hábitat natural, y en segundo lugar, al vertedero de la historia, que es donde se depositan los detritus de la sociedad.
Parecía que en el cargo iba la decencia.
Pues va a ser que no. Hay que comprobar primero la decencia y decidir después si se les concede la confianza del cargo. Que hay muchos que se la merecen porque actúan con decencia, aunque esa faceta la oculte y la contamine el comportamiento de los sinvergüenzas.

Solidarios con concertina


ME cuesta pensar que muchos colectivos sean excluyentes con otros por cuestiones de nacionalidad, credo, o color de la piel; que les quieran anular con esas tapaderas puramente aleatorios su condición de personas, sus necesidades básicas de subsistencia o la escolarización y la sanidad de los niños, simplemente porque “no son los nuestros”. De otra manera no se entiende esa actitud cainita de los grupos ultras que están proliferando en todo Europa cuya única misión es romper los pequeños lazos de solidaridad que hemos establecido, frente a las grandes desigualdades que alimentamos y toleramos en el resto del mundo.
Si los magrebíes, africanos o asiáticos están lejos, no les preocupan. Y si están cerca se ocupan de que se vayan a base de negarles el pan y la sal. Eso sí, todo disfrazado de solidaridad selectiva, todo sólo para los de casa, poniendo a este concepto y valor universal unas concertinas como las de las vallas de Ceuta y Melilla.
Pero esas cuchillas de nombre tan sonoro sólo sirven para atrincherar conciencias, no para frenar las necesidades ni paliar los efectos del egoísmo exacerbado, del barro moral en el que nos está sumiendo esta crisis. Son grupos ultras que hacen el trabajo sucio a los ideólogos del bienestar selectivo, los mercaderes de los mercados financieros, del selecto grupo de los adinerados, pudientes y poderosos clanes que creen en las clases sociales y las quieren proteger como una gran reserva espiritual y económica, frente a la miseria moral y la hambruna del resto de los mortales. Gente de fe y esperanza, que arrinconan la caridad porque cuesta dinero.
Estos movimientos que ahora crean bancos de alimentos sólo para la población autóctona, los pobres nacionales, son los mismos que antes rociaban de gasolina y quemaban a los mendigos, a los sin techo “nuestros”, a los que se veían obligados a dormir en los cajeros automáticos de las entidades bancarias.
Todos en la vida atravesamos encrucijadas y a veces no tenemos opción de elegir destino. Si alguna vez me toca ser emigrante o mendigo, de esos que llaman “los nuestros”, por favor que alguien me libre de la solidaridad de estos cretinos. Que me ayude una ONG de Bangladés que me trate como a un ser humano.

historia de una adopción

caminos sinuosos

Todos los caminos en la vida son sinuosos. No hay líneas rectas para avanzar porque los obstáculos surgen estratégicamente. La propia exis...