lunes, 1 de abril de 2013

hurtos famélicos

ME retracto. Retomo esta columna donde la dejé hace un año y algunos meses. Entonces hablaba de los pobres de la abundancia. Las personas más necesitadas entonces, cuando todavía la crisis no se había manifestado en toda su virulencia, no carecían de lo imprescindible para vivir. Comida y ropa no faltaba. Los juguetes no se recogían en las iglesias y los ladrones eran de guante blanco. Pero, desafortunadamente, las cosas han cambiado para mal. Volvemos a los hurtos famélicos, a los de los pobres de solemnidad. En algunos supermercados han contratado guardas de seguridad para controlar a las amas de casa que aprovechan los despistes de las cajeras para llevarse un pollo escondido bajo el brazo o una bandeja de lomo. Son nuevos necesitados. En muchos casos inexpertos, aprendiendo el oficio de la supervivencia familiar a través de lo ajeno. Pero esta necesidad no les hace más comprendidos a los ojos de la víctima porque tampoco en su sector las cosas van bien. Son un índice más de la crisis. A veces, parecen escenas de posguerra, más por lo esperpentico de la situación que por el hurto en sí mismo. Fue el caso reciente de Maribel. Acababa de abrir la panadería cuando entró un hombre que, tras un pequeño forcejeo, logró inmovilizarla. Con ella maniatada en la trastienda y una caja registradora que se le resistía, el atracador se vio sorprendido por varios clientes que, ajenos a la situación, le confundieron con un nuevo dependiente. Para no levantar sospechas y haciendo gala de una versatilidad a prueba de sorpresas, llego a atender a varios de ellos. “Según le pagábamos el pan se guardaba el dinero”, llegó a contar una de las clientas, atendida por el ladrón. Y estuvo allí un buen rato ejerciendo de tendero hasta que hubo un lapsus de clientes y pudo huir con un ordenador y el bolso de la panadera. Eso sí, el ladrón acabó la faena adentrandose en la trastienda y, con un signo de arrepentimiento no consumado, dio un abrazo a la víctima, como agravio a la ofensa que le había hecho. Menos gracioso pero más patético fue el caso de una madre de familia que fue sorprendida cuando se llevaba una bandeja de pollo para dar de comer a sus hijos. Hace años la policía a estos robos lo llamaba “famélicos” respondiendo como su propio nombre indica a ladrones de las necesidades primarias. Así las cosas no es de extrañar que estén creciendo los negocios de los arreglos que lo mismo reparan un coche que una aspiradora o un pantalón. O que cada vez más gente se esté desprendiendo del oro que tenía en casa para poder llegar a fin de mes. Para la víctima no cabe duda de que el robo le duele lo mismo pero no se puede negar que son “ladrones” con alma. Al menos, algunos.

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