jueves, 16 de septiembre de 2010

la foto de "la roja"

Puede que a estas alturas del verano estemos todavía bombardeados por la victoria de “La Roja”. A este triunfo “mundial” se han sumado los caza-imágenes de la “clase” política que nunca habían soñado con tanta gloria televisada hasta en los escaparates de las tiendas. Pero, por los visto y oído, abrir todos los informativos les ha provocado tal empacho de populismo que algunos han decidido desterrar de sus callejeros a ilustres personajes de la historia, la ciencia, la cultura o la propia política, para encaramar en sus paredes a los nuevos héroes. Porque a estos sí que les conoce todo el mundo y, de los otros, en el pueblo no se sabía ni quiénes eran.
¿Juan Ramón Jiménez…?
- Ni idea… ese no vive aquí.
Quizá mi perplejidad no esté justificada y quieran simplemente facilitar a sus parroquianos la localización de las calles para orientar mejor a los foráneos y fomentar así el turismo. ¿Quién se va a resistir a visitar la plaza del que metió el gol decisivo contra Alemania?
No quiero restar ningún mérito a los deportistas, que fueron los auténticos conquistadores, pero sí a los cortesanos figurantes que se colaron en el casting. Por eso, de toda esta caterva de despropósitos, me quedo con una imagen para la historia. Porque esa instantánea es el reflejo de una historia interminable, de una dedicación comprometida, personal y emotiva, íntima, entre padre e hijo, en la competición diaria de la vida. Me emocionó la imagen de Álvaro del Bosque levantando la copa de Campeón del Mundo, un trofeo que su padre, Vicente, el hombre tranquilo y sereno, había conquistado para dedicárselo a él.
Puede que este trofeo haya sido para Álvaro el más visible, con baño de multitud incluido, pero seguramente no es el más importante. La superación de los pequeños retos que afrontan a diario todos los niños con síndrome de Down, esas victorias parciales que tienen como gregarios de lujo a sus padres, son las que aportan los verdaderos momentos de felicidad.
Seguro que Vicente del Bosque encara todos los días problemas más importantes que ganar un campeonato del mundo. Sin suplentes ni posibilidad de cambios. Pero nadie le va a hacer un homenaje ni a dedicar una plaza. Ahí no hay foto. Simplemente soledad… y Álvaro. Paradojas de la vida.

entre amigos

Todas las injusticias son malas por definición, pero las que nos tocan de cerca son más palpables y laceran mucho más los sentimientos. Dejan cicatrices en el alma. Esa es la sensación que me embargaba desde hace cinco años. Cinco años en los que los pequeños detalles de la vida, y de las gentes que transitan por ella, me hacían evocar de forma recurrente a un amigo. Unas vivencias que Olga y yo hacemos más llevaderas hablando siempre de un amigo y no de un recuerdo.
Porque los amigos, aunque ya no estén, siguen compartiendo con nosotros muchas cosas. No están en el recuerdo sino en la intermitencia de lo cotidiano, en un presente discontinuo. Afloran cuando los necesitas y se diluyen en el interior de uno mismo cuando la vida reclama tu atención.
Esa es la sensación con la que convivo desde hace cinco años, desde que José Luís Iturrieta se fue para siempre a las campas de Belatxikita y nos dejó a todos un poco huérfanos de amistad.
Todos esos recuerdos me embargaron hace unos días cuando me invitaron a asistir a la presentación de un libro con una selección de sus artículos. Pero no se trataba de un libro. Para los que estábamos allí era mucho más. Era una reparación de su memoria y su legado. Un homenaje compartido que la miseria humana le negó hace cinco años y que la grandeza de espíritu le ha restituido ahora. Y además fue entre amigos. Eso fue lo realmente emotivo. Él hubiera huido del protagonismo, pero no estaba allí para refunfuñar.
Había gentes de varias generaciones diferentes, de profesiones muy variopintas. Pero también me reencontré con amigos comunes, con compañeros de trabajo con los que sí podía compartir su recuerdo y su memoria. Sin grandilocuencias ni loas merengadas. Simplemente evocando momentos, instantes grabados sin fecha de caducidad. Como corresponde a los amigos.
Ciertamente me sentí reconfortado escuchando a Marije y a Arantza hablar de José Luís. Ví una emoción nostálgica y resignada en los ojos de Dori y Ainhoa y percibí en toda su dimensión el sentimiento generalizado de todos los que estábamos. Ese era Itu. Y se lo merecía.

historia de una adopción

caminos sinuosos

Todos los caminos en la vida son sinuosos. No hay líneas rectas para avanzar porque los obstáculos surgen estratégicamente. La propia exis...