No seré yo quien discuta la legitimidad de las urnas. Pero sí estoy dispuesto a rechazar y combatir ideas y comportamientos que atenten contra el sentido común, los derechos humanos y la vida y la dignidad de las mujeres, por mucho que algunas de ellas blanqueen ese catecismo machista que a modo de tonadilla repiten y repiten sin cesar los “hombres” de su partido. En qué manual de democracia dice que ésta puede servir para defender el racismo, el odio, la intolerancia, el fanatismo, y hacer del negacionismo contra hechos contrastados una bandera amparada en la libertad de expresión. En qué manual de democracia se contempla la posibilidad de insultar a los pueblos, criminalizar a los menores, sólo por su origen, o defender el supremacismo según el color de la piel.
No
quiero concebir la sociedad que plantean. 1028 mujeres asesinadas desde 2003,
año en que se empezaron a elaborar estadísticas, y niegan la existencia de la
violencia de género. Esa estadística sólo contabiliza las muertes, que no son
sino el final de un calvario de vejaciones, abusos, violaciones, humillaciones
y llantos en soledad. Quien niega estos hechos no conoce lo que son los
derechos humanos ni la cantidad de guerras y muertes que ha habido hasta
consensuar esa Declaración Universal. Quizá quieran cambiar el concepto de
igualdad y derechos y sustituirlos por un sistema de castas que estratifique la
sociedad. Es increíble lo que queda todavía por avanzar. Y algunos quieren
retroceder hasta tener su propio califato en el que el dogma que predican
sustituya a las leyes y a los parlamentos que legislan, eliminando así la pluralidad
y por tanto las ideas, valores, principios y creencias contrarias a su credo.
Piden incluso ilegalizar partidos.
Le
escuché hace tiempo a un político decir que todos los hombres, todos, somos
machistas. Y tenía razón. Sólo que algunos sentimos vergüenza por asumir esa
herencia sin cuestionarla entonces, y ahora tratamos de desterrar esos demonios
en nosotros mismos y en nuestras hijas e hijos. No queremos ser cómplices de
una histórica injusticia.
Me
duele el alma al pensar que hay gente que tiene esas ideas y las defiende como
una cruzada que quiere salvar al mundo y a la humanidad de sus propios avances
en igualdad y derechos. Pero me duele mucho más que existan partidos políticos
que les cobijan, les amparan y les dan carta de legitimidad para entrar en las
instituciones democráticas y tratar de reventar todos los consensos. La
democracia hay que defenderla.
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