Hace
un tiempo confesaba en estas mismas líneas que las series que estaban de moda
no despertaban en mí ninguna curiosidad. Pero como todo en la vida es una
cuestión de probar para poder opinar, caí en la tentación. Hoy estoy tan
atrapado en esas tramas de ficción que cuando observo y analizo la realidad
política apenas encuentro distinciones. O, por ser más exacto, observo muchas
similitudes.
Hace
ya unos cuantos años que se acabaron las mayorías absolutas, la alternancia de
dos opciones, más que históricas yo diría que prehistóricas, y emergieron
nuevas especies políticas con ideologías no se sabe si más transversales o
simplemente revestidas de un pragmatismo evolutivo que ni el propio Darwin
hubiera sospechado. O quizá la evolución haya sido social y se ha trasladado
por simpatía a la política.
En
cualquier caso esos dos grandes poderes se han fragmentado por la izquierda,
por la derecha, por la extrema derecha y por el centro. Por no hablar de las
famosas baronías que cuestionan, desde dentro de cada uno de los fragmentos
resultantes, todo lo que emane de la cúpula. Baronías que se declaran en muchos
casos republicanas pero que lejos de aceptar las leyes de la democracia ejercen
de nobles feudales cuya única lealtad es conservar sus privilegios.
El
resultado para la política real es un juego de estrategias mutantes que nadie
sabe en qué devendrán. Sus intereses se pueden decantar por tantos derroteros
como opciones existen. Si a este modus
operandi de los políticos se le añade el realismo de los efectos especiales
de las series de moda para darle cierto atractivo con sangre, sudor y sexo,
tenemos tantas temporadas como nos dé de sí la vida. Porque en la vida real,
como en Juego de Tronos, también hay
muertos que resucitan y llegan a la presidencia del Gobierno, hay princesas
desheredadas venidas a menos, y reyes sacrificados por el bien de la monarquía.
Hay guion para muchos capítulos.
También
es cierto que llevamos tantos procesos electorales como batallas épicas hay en
las series, algo que no crea precisamente un clima propicio a las lealtades ni
a los acuerdos, ni siquiera a los diálogos reposados. Por el contrario, la
lucha por el poder es el manantial del que se nutren las intrigas, las traiciones,
las vendettas, las mentiras y las corrupciones. Es el escenario donde la
mentira es lícita y la crueldad es manifiesta.
Pero
en este mundo real de aliados ocasionales que son a su vez conspiradores
conspicuos, sólo las Tierras del Norte
resisten a la tentación de abrazar esta política transgénica. Parece que sus
habitantes prefieren formaciones políticas ya consolidadas, previsibles y sin
grandes histrionismos ni aspavientos. Por algo el Athletic Club es único y centenario.