Siempre he sentido fascinación por las
estilográficas antiguas. No son de usar y tirar como los bolígrafos. Esas
plumas que encontramos en anticuarios, desvanes de casas centenarias o en los
rastros de todo el mundo, encierran sentimientos, pasiones, iras, amor, frustraciones,
desengaños y todo el abanico de sentimientos consustanciales a la vida de cualquier
persona. A veces, incluso, son el reflejo de más de una vida. Sólo nuestra
imaginación puede desvelar lo que esconden, lo que no se ve pero sabemos que
está ahí. Son un preciado tesoro que mucha gente desdeña y otros adoran.
Algunos incluso hacen negocio con el encanto que desprenden. Son objetos de
culto que a menudo contienen el ADN de una saga familiar.
Su valor intrínseco trasciende al mero
objeto. No importa quién ni para qué la haya usado. Es el vuelo libre de
nuestra imaginación lo que le da sentido y contenido. Hay otros muchos objetos
antiguos a los que el valor les deviene por el tiempo transcurrido.
Pero las plumas han hablado, se han
expresado, han dejado un rastro, una cuidada caligrafía que, como cualquier
obra de arte, va más allá de la estética y se adentra en lo que el alma del
autor quería expresar. Por algo los textos manuscritos siguen siendo un
tesoro.
Pero en estos tiempos modernos todo
tiene fecha de caducidad. Antes los objetos nacían sin valor. El tiempo y el uso
les iban dotando de vida propia y enriquecían su bagaje y su historia en
paralelo a la vida de las personas a las que servían. Hoy, en la época de los ordenadores,
todo nace con un valor que se va agotando con los días, con las horas. Todo
está programado para ir a menos. Una pluma puede reflejar la vida de muchas personas
y varias generaciones. Ahora cada persona tiene en su vida tantos ordenadores
como imponga la modernidad. Y la única huella que dejan está en “la nube”, esa
especie de limbo que no se puede tocar ni interpretar. Es todo frío y aséptico.
No hay trazos en los que hurgar ni tachones que nos expliquen la forma de trabajo
de las personas. No se reflejan sentimientos, sólo caracteres.
Un plumín tiene la punta moldeada por
el hábito de quien lo usa. La intensidad del trazo refleja incluso estados de
ánimo, un carácter apacible o irascible, sensibilidad y cortesía. A un
ordenador le pones el color, la intensidad o el tipo de letra que quieras. No es
tu reflejo sincero sino lo que tú quieres que se vea de ti. Hay colegios que
han cambiado la letra escrita
a mano por los ordenadores. Acabaremos
cambiando el pensamiento por un chip
programado. Todo será trazo grueso y
lineal. Se acabó el tiempo de las sutilezas.