jueves, 2 de noviembre de 2017

una propuesta ciudadana

Nada más lejos de mi intención que decirles a los responsables de las áreas culturales de Bilbao cómo hacer su trabajo. Pero me aferro a esa nueva y sana moda de la participación ciudadana en la gestión de las instituciones, aunque la última palabra la tengan estos organismos. De ahí mi osadía para hacer una propuesta que posiblemente enriquecería nuestro patrimonio cultural colectivo, socializaría aún más el mundo del arte, sin tener que pasar por taquilla, y estimularía una dinámica de calidad  y dinamismo en la calle y entre los ciudadanos, no sólo como reclamo para acceder a los museos sino como espectáculo público y de ciudad en movimiento.
El Guggenheim alberga innumerables obras de arte en su interior, programa exposiciones clásicas y vanguardistas y nos acerca cada temporada grandes tesoros de la historia, de la creación humana, de la genialidad de los espíritus rebeldes. Pero también existe un continente majestuoso y soberbio que constituye por sí mismo una obra de arte de carácter universal, reconocible y reconocido. Un gigante de titanio moldeado por la necesidad de Bilbao de resurgir del polvo del hierro y la visión de un genio que supo interpretar el paisaje, el carácter y el espíritu sensible y aventurero de la villa. Un buque insignia sin el que Bilbao ya no sería lo mismo. Tampoco el museo sería lo mismo si no estuviera en Bilbao.
Pero el Guggenheim tiene una serie de satélites que por sí mismos, uno a uno, constituyen todo un universo creativo. Nadie concibe el museo sin su perro guardián Puppy, amable con los visitantes, sonriente, primaveral todo el año y posiblemente el photocall más colorido y solicitado de Bilbao. Nadie escapa al imán de su encanto ni a la tentación de la foto. Pero si Puppy custodia la entrada no es menos desdeñable la presencia de la araña Mummy al borde de la ría. Esbelta, protectora, escurridiza y discreta, refleja también un universo de sensaciones difíciles de trasladar a palabras pero que reconfortan el espíritu.

Se han cumplido ya 20 años desde el denominado “milagro”, que no es otra cosa que visión, compromiso, esfuerzo y trabajo constante. Y en ese vigésimo aniversario hemos tenido la oportunidad de deleitarnos durante cuatro días con lo que algunos llaman espectáculo y que para mí es una obra de arte. Una obra de arte que a través de imágenes dinámicas, armónicas, a veces transgresoras y por momentos fulgurantes, con un lirismo envolvente y cautivador, ha dotado de vida a un edificio que expresa mucho pero permanece inerte, varado en la propia ría. El Guggenheim merece tener en su colección permanente ese universo de color y sonido que le dé, cada día o cada semana, vida social exterior e interactúe con la ciudad. Esa es mi propuesta ciudadana.

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