Creo que todos coincidimos en que la velocidad de las comunicaciones a
través de las nuevas tecnologías se ha trasladado a la vida diaria de las
personas. Los mensajes nos llegan a cientos o miles desbordando la capacidad
del cerebro para procesarlos. Es como cuando con la edad el cerebro va más
rápido que las piernas y el exceso de confianza nos hace caer de bruces. En definitiva, o nos reseteamos nosotros y
nos adecuamos a los nuevos tiempos haciendo un ejercicio selectivo de todo lo
que recibimos o caemos en el “no tengo tiempo”, ese comodín que hoy día se
utiliza para casi todo. Y es que la inflación de mensajes y ocupaciones requiere
un proceso de jerarquización que aunque no nos permita llegar a todo, al menos
nos deje abordar con mesura lo realmente importante para nuestras vidas y las
de nuestro entorno.
La consecuencia de ese desbarajuste entre todo lo que queremos hacer y
el tiempo que le concedemos a cada cosa es que acabamos “robando” el tiempo de
los demás, algo habitual en los entornos familiares, supeditados casi siempre a
las obligaciones laborales. La que ejerce esa tiranía sobre nuestras vidas no
es otra que “la agenda” de cada uno. Unos horarios que establecemos nosotros
mismos y que se transforman en un monstruo que nos hace autómatas, fríos,
estresados y casi autistas con las cosas sensibles. Pasamos de ser los
programadores de nuestro tiempo a ser los programados. Una especie de ciencia
ficción en la que las máquinas creadas por el hombre acaban dominando la tierra
y a sus habitantes. Comida rápida y mala, reposo con somníferos para que el
sueño sea rápido y reparador, veinte minutos de ejercicios a velocidad de
vértigo mientras repasamos mentalmente la siguiente tarea…
El día que seamos conscientes de que la agenda la hacemos nosotros
mismos, de que somos capaces de organizar racionalmente nuestro tiempo, de que
tenemos el mismo tiempo que las demás pero no lo distribuimos adecuadamente, ese
día descubriremos la vida y disfrutaremos de ella. Fast or slow life. Nosotros
tenemos la capacidad de elección.
No estoy hablando de la conciliación de la vida laboral y familiar, sino
de la conciliación con uno mismo y lo que eso significa de compromiso vital con
los demás.
Hace muchos años que leí un cuento que se ha convertido con el tiempo en
un clásico universal. Michael Ende describía en “Momo” a unos personajes
denominados “los hombres grises” que se dedicaban a robar el tiempo a la gente
volviéndola egoísta e insensible. El personaje principal de la narración era
Momo, una niña abandonada que neutralizaba la acción de los “hombres grises”
con el don de escuchar y hacer felices a sus vecinos para que no fueran
absorbidos por el tiempo.
Ahora que está de moda la palabra sostenibilidad, procuremos ser
sostenibles con nosotros mismos.