Es difícil de explicar lo que está sucediendo en el Mediterraneo, pero
mucho más comprender que se tolere. El “Mare Nostrum”, esa confluencia de
mundos, “bazar” de intercambio comercial y cultural entre los pueblos, nexo de
unión de civilizaciones y creencias, se ha transformado en un cementerio de
sueños e ilusiones, en una fosa colectiva alimentada por los turoperadores de
la muerte.
Decenas de miles de árabes y subsaharianos, mujeres, hombres y niños, se
aferran todos los días a cualquier cosa que flote para abrazar la ilusión de
llegar a las costas de Europa, sin saber muy bien a qué pero siendo muy
conscientes de lo que huyen. Aunque luego el tesoro sea de oropel.
Las mismas aguas que Homero hizo surcar a Ulises, en las que se narra la
épica de su salida y retorno a Ítaca, las que navegaron sumerios, asirios,
hititas, griegos, fenicios, romanos y egipcios, las que sirvieron de travesía
para forjar la interculturalidad y el intercambio de civilizaciones, se han convertido
por nuestra desidia, y para nuestra vergüenza colectiva, en un corredor de la
muerte.
Sabemos por los testimonios de los escasos supervivientes que en la última
oleada detectada han sido más de ochocientos los muertos. Ha cundido cierta
sensación de alarma entre los gobiernos europeos y los estrategas se han puesto
manos a la obra y han ideado un plan quirúrgico. La conclusión es que hay que
destruir todo lo que flota en las costas de África para que nadie se “embarque”
en esas travesías tan peligrosas.
Y lo peor de todo es que ni siquiera saben qué hacer con los pocos que ya
están dentro. Las imágenes me resultan patéticas. Veo personas estabuladas
“atendidas” por personal con mascarilla y buzos blancos.
Veo rostros temerosos con ojos inertes imposibles de escudriñar, bloqueados
por una experiencia infernal. Ahora muchos conviven con nosotros. Y algunos les
quieren limitar hasta sus posibilidades de subsistencia.
Todo esto pasa en el Mediterráneo, donde muchos de nosotros veraneamos. Una
cuna de civilizaciones que hemos reconvertido en el Guantánamo de Europa. Lo
que allí sucede es mejor no saberlo, no atiende a leyes ni a razones económicas
ni humanitarias.
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