No descubro
nada diciendo que ha muerto un genio humilde. El arte que atesoraba y compartía
no eclipsó sus orígenes y forma de ser. Nunca dejó de ser el hijo de Lucía la
portuguesa. Quizá su talento absorbía hasta su personalidad o quizá su
personalidad estaba muy ocupada sirviendo a su talento, sin preocuparse de sí
misma. Lo cierto es que genios en la historia hay muy pocos. Son los que marcan
un antes y un después en la época que les ha tocado vivir, son los que cambian
la ruta ordinaria por la que discurren las cosas y descubren que hay nuevos
horizontes creativos, lejos de los catálogos oficiales. Los académicos podrán
decir que han perdido la pureza, el corsé de lo que se considera correcto, pero
la realidad es que han ganado en libertad creativa, han universalizado un
arte dándole una dimensión mayor, y nos han enseñado que todos los límites son
franqueables.
Es
difícil y osado, por no decir imposible, establecer un ranking entre las artes
creativas. Cada una tiene sus seguidores, sus matices, sus creadores y sus
momentos. La perspectiva del tiempo suele hacer más justicia sobre la obra en
soledad que cuando ésta convive con el autor. Quizá se roben algo de protagonismo
el uno a la otra. Pero en la historia siempre ha habido excepciones de
convivencia armónica y de simbiosis indivisible, sobre todo en una de esas
artes por la que siento especial debilidad: La música. Podemos admirar un cuadro
abstrayéndonos de su autor. Pero nunca podemos disociar la obra de Paco de
Lucía de su ejecución, de su interpretación, de sus matices. En cierto que la
creación es universal, inmortal, y el “creador” efímero. Pero no es menos
cierto que en muchos casos, sobre todo en la música, el arte es el propio
creador. La obra queda... pero huérfana.