TENGO un amigo que utiliza una técnica de análisis de la realidad que te permite conocer el futuro con una exactitud del 100%. Y no se llama Rapel ni pontifica a las dos de la madrugada en ninguna telebasura para sacarles los cuartos a atribulados ciudadanos a los que prometen premios de lotería seguros o próximos lances amorosos que hagan cambiar su vida. Se llama simplemente Javier. Pero tiene la costumbre de leerse todos los días los periódicos con mucha parsimonia. No se salta un solo día. Está jubilado y no tiene prisa. Aunque la consecuencia es que se le van acumulando y lleva ya tres meses de retraso. Pero esto no le agobia porque sigue sin tener prisa. De hecho, en sus lecturas, la prima de riesgo va por los 320 puntos y el escándalo en la clase política es mayúsculo, aunque dicen tenerlo todo controlado. Javi lee sin sobresaltos, nada le sorprende, y de vez en cuando esboza una beatífica sonrisa. Es un gesto espontáneo de misericordia con la audacia de los ignorantes. Levanta la vista y se abstrae unos instantes de la lectura para centrarse en la realidad. Piensa en las grandes corrientes filosóficas, en los grandes teóricos del comportamiento de los mercados y las finanzas, en las escuelas de macroeconomía y en la aportación de todos ellos al saber y al conocimiento. Una ingente literatura para transmitir conocimientos a los más espabilados, a aquellos destinados a regir los destinos de los demás. Los alumnos aventajados. Vamos... los que mandan. Pero él, como todos los jubilados, tiene sus lapsus de retorno fugaz a la infancia, que en el fondo es el origen de todo, de lo bueno y de lo malo. Ha llegado a una edad en la que hay más futuro rebobinando el pasado que oteando el horizonte. Observa de nuevo los diarios apilados, los que le faltan por leer para conocer lo que viene después de que la prima haya alcanzado los 320 puntos y esté “todo controlado”, y piensa en la escuela que creó Pinocho. Esa que acaba con final feliz, como casi todo en la infancia. Menos mal que nunca se escribió una segunda parte en la que Pinocho se hiciera adulto. Seguramente hubiera vuelto a utilizar la mentira como mejor recurso para eludir la realidad, pero esta vez sin hada madrina que recompusiera su nariz. Imagínense el tamaño que alcanzaría, de día en día, como la prima de riesgo. Pero Pinocho se quedó en la infancia con los niños de antes. Esos que sí crecieron y nos gobiernan ahora protagonizando la segunda parte del cuento universal. Javi tiene conocimiento de causa y periódicos atrasados para certificarlo.
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