miércoles, 30 de mayo de 2007
monarcas de sangre roja
Todos los pueblos, en la medida en que vamos conociéndolos, tienen sus propias manías que suelen ser un reflejo de su historia, sus tradiciones y su folklore. En unos son más acentuadas que en otros, y en la mayoría de los casos responden a retratos de “mala leche” acuñados por sus vecinos. Que si unos son tacaños… los otros no saben si suben o bajan la escalera… los de más allá no piensan más que en la chirigota… Pero confieso que a mi lo de los franceses me tiene un poco descolocado.
Hace unos días me puse a hacer zapping y se me repetía la misma imagen prácticamente en todas las cadenas. Según apretaba el botón llegué a dudar de que estuviera sintonizando todo el rato el mismo canal. El nuevo presidente francés, Nicolas Sarkozy, era omnipresente. Lo mismo aparecía con Jacques Chirac, que en un desfile militar, en coche descapotado, en el palacio del Eliseo o preparado con toda la prole para el retrato de familia frente a una legión de fotógrafos.
Pensé en sus antecesores Francois Miterrand o Charles de Gaulle y me vinieron a la cabeza imágenes similares de pompa y boato más propias de monarquías rancias o escaparatistas que de una auténtica república. Es cierto que la república no la inventaron los franceses, pero no es menos cierto que la reinventaron en su versión más moderna.
Siempre he visto esas ceremonias tipo enlaces matrimoniales, sucesiones a la corona, bautizos y demás hitos del calendario aristocrático, de la misma forma que observo un documental de National Geographic sobre Nueva Guinea Papua o una inmersión del Calipso de Cousteau grabando la reproducción de los calamares.
Hay países que aceptan mantener esos linajes para alimentar la devoción del pueblo, y hay otros como los norteamericanos que se mueren de envidia por no tenerlos. Pero de los franceses no me esperaba una cosa así. Lo que vi se parecía más a una ceremonia de coronación que a la toma de posesión de un presidente republicano, de un representante elegido por el pueblo.
El otro día escuché a una persona de talento al que admiro intelectualmente que la coherencia tiene que ser una amalgama entre lo que se piensa y la forma en que uno actúa. Y no puedo estar mas que de acuerdo con él.
En definitiva, creo que tenía razón aquel “loco” inglés, un tal Shakespeare que comparte gloria universal con Cervantes, aunque cada uno en su propio idioma, cuando decía lo del “ser o no ser”. Aunque me quedo con la versión más castiza que dice:
¡Se es o no se es!
¡Los monarcas tienen sangre azul y los republicanos roja!
Hace unos días me puse a hacer zapping y se me repetía la misma imagen prácticamente en todas las cadenas. Según apretaba el botón llegué a dudar de que estuviera sintonizando todo el rato el mismo canal. El nuevo presidente francés, Nicolas Sarkozy, era omnipresente. Lo mismo aparecía con Jacques Chirac, que en un desfile militar, en coche descapotado, en el palacio del Eliseo o preparado con toda la prole para el retrato de familia frente a una legión de fotógrafos.
Pensé en sus antecesores Francois Miterrand o Charles de Gaulle y me vinieron a la cabeza imágenes similares de pompa y boato más propias de monarquías rancias o escaparatistas que de una auténtica república. Es cierto que la república no la inventaron los franceses, pero no es menos cierto que la reinventaron en su versión más moderna.
Siempre he visto esas ceremonias tipo enlaces matrimoniales, sucesiones a la corona, bautizos y demás hitos del calendario aristocrático, de la misma forma que observo un documental de National Geographic sobre Nueva Guinea Papua o una inmersión del Calipso de Cousteau grabando la reproducción de los calamares.
Hay países que aceptan mantener esos linajes para alimentar la devoción del pueblo, y hay otros como los norteamericanos que se mueren de envidia por no tenerlos. Pero de los franceses no me esperaba una cosa así. Lo que vi se parecía más a una ceremonia de coronación que a la toma de posesión de un presidente republicano, de un representante elegido por el pueblo.
El otro día escuché a una persona de talento al que admiro intelectualmente que la coherencia tiene que ser una amalgama entre lo que se piensa y la forma en que uno actúa. Y no puedo estar mas que de acuerdo con él.
En definitiva, creo que tenía razón aquel “loco” inglés, un tal Shakespeare que comparte gloria universal con Cervantes, aunque cada uno en su propio idioma, cuando decía lo del “ser o no ser”. Aunque me quedo con la versión más castiza que dice:
¡Se es o no se es!
¡Los monarcas tienen sangre azul y los republicanos roja!
jueves, 3 de mayo de 2007
expresion y comprension
HAY que ver lo que han cambiado las formas de expresión y comprensión de las nuevas generaciones. Las palabras “comodín” se han propagado exponencialmente entre todas las tribus urbanas hasta el punto de que para hablar entre ellos ya no necesitan siquiera las mil palabras del tal Maurer, ese del método express para aprender idiomas.
¿He dicho mil?… pues quería decir diez.
Estoy seguro de que con diez términos algunos jóvenes de hoy podrían desarrollar todo el contenido de las catilinarias, dejando a Cicerón como un párvulo. Y es que con dos expresiones se lo han dicho casi todo. Las otras ocho las saben por si acaso.
Por no hablar de esos mensajes encriptados que se envían a través de los móviles. Ni siquiera utilizan las palabras. Las vocales han desaparecido. Las “qu” se convierten en “k”, los acentos y las comas no existen, “también” se transforma en “tb” y así sucesivamente. El resultado no es otro que una sopa de letras imposible de descifrar. Y todo ello con apenas media docena de caracteres. Como dice un amigo mío, no sé si son personas de pocas palabras o de dedos gordos.
El problema de utilizar tanta economía de lenguaje, como el de utilizar las calculadoras, es que como te empiecen a explicar las fases de desarrollo para obtener esos resultados, es muy probable que no te enteres de nada. Cuando te das cuenta hablas otro idioma. Es como la versión oral del telegrama elevada al rango de lengua. Y ese sí es un problema.
Creo que en el mundo del periodismo está apareciendo un fenómeno similar impulsado por eso que llaman “gratuitos” y que se parecen más a un folleto de ofertas de cualquier hipermercado
que a un medio de comunicación.
El periodismo se ha caracterizado históricamente por el lenguaje sencillo y práctico. Su esencia ha sido ir siempre al grano. En los años sesenta hubo profesionales que incorporaron algunos aspectos literarios a sus crónicas aportando cierto color a la sobriedad de los textos que
se limitaban a narrar los hechos. A ese movimiento se le denominó el “nuevo periodismo”.
Pues ¡erre que erre! estos “gratuitos” quieren volver a las andadas y los jóvenes “tb”. Las consecuencias de esta nueva tendencia son cada día más evidentes.
El otro día me explicaba una amiga profesora que se las pasaba canutas para ayudar a sus hijos a estudiar. Estaba bregando con el mayor, de diecisiete años, a cuenta de un texto de Garcilaso de la Vega. Trataba de explicarle lo que es una metáfora, cosa que por lo visto está reñida con el lenguaje moderno. Mi amiga quería transmitirle la forma de expresar madurez, canas, experiencia de la vida… en fin, que analizara la riqueza del lenguaje para decir cosas que no están en la literalidad de las palabras
¿Qué te sugiere –le preguntó– cuando alguien dice que una persona tiene “las sienes plateadas”?
Después de pensárselo un buen rato, al chaval le entró repentinamente la inspiración.
¡Ah! –dijo–, ¡que tiene caspa!
Creo que el lenguaje express y la literatura son irreconciliables. Entre los jóvenes y entre los “gratuitos”.
¿He dicho mil?… pues quería decir diez.
Estoy seguro de que con diez términos algunos jóvenes de hoy podrían desarrollar todo el contenido de las catilinarias, dejando a Cicerón como un párvulo. Y es que con dos expresiones se lo han dicho casi todo. Las otras ocho las saben por si acaso.
Por no hablar de esos mensajes encriptados que se envían a través de los móviles. Ni siquiera utilizan las palabras. Las vocales han desaparecido. Las “qu” se convierten en “k”, los acentos y las comas no existen, “también” se transforma en “tb” y así sucesivamente. El resultado no es otro que una sopa de letras imposible de descifrar. Y todo ello con apenas media docena de caracteres. Como dice un amigo mío, no sé si son personas de pocas palabras o de dedos gordos.
El problema de utilizar tanta economía de lenguaje, como el de utilizar las calculadoras, es que como te empiecen a explicar las fases de desarrollo para obtener esos resultados, es muy probable que no te enteres de nada. Cuando te das cuenta hablas otro idioma. Es como la versión oral del telegrama elevada al rango de lengua. Y ese sí es un problema.
Creo que en el mundo del periodismo está apareciendo un fenómeno similar impulsado por eso que llaman “gratuitos” y que se parecen más a un folleto de ofertas de cualquier hipermercado
que a un medio de comunicación.
El periodismo se ha caracterizado históricamente por el lenguaje sencillo y práctico. Su esencia ha sido ir siempre al grano. En los años sesenta hubo profesionales que incorporaron algunos aspectos literarios a sus crónicas aportando cierto color a la sobriedad de los textos que
se limitaban a narrar los hechos. A ese movimiento se le denominó el “nuevo periodismo”.
Pues ¡erre que erre! estos “gratuitos” quieren volver a las andadas y los jóvenes “tb”. Las consecuencias de esta nueva tendencia son cada día más evidentes.
El otro día me explicaba una amiga profesora que se las pasaba canutas para ayudar a sus hijos a estudiar. Estaba bregando con el mayor, de diecisiete años, a cuenta de un texto de Garcilaso de la Vega. Trataba de explicarle lo que es una metáfora, cosa que por lo visto está reñida con el lenguaje moderno. Mi amiga quería transmitirle la forma de expresar madurez, canas, experiencia de la vida… en fin, que analizara la riqueza del lenguaje para decir cosas que no están en la literalidad de las palabras
¿Qué te sugiere –le preguntó– cuando alguien dice que una persona tiene “las sienes plateadas”?
Después de pensárselo un buen rato, al chaval le entró repentinamente la inspiración.
¡Ah! –dijo–, ¡que tiene caspa!
Creo que el lenguaje express y la literatura son irreconciliables. Entre los jóvenes y entre los “gratuitos”.
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