No sé qué fuerzas telúricas desató la moción de censura contra Mariano Rajoy porque las cosas en el genoma político han sufrido una variante mucho más agresiva que la cepa del anterior virus. Aunque debe ser algo extensible a todos los países por los síntomas que percibimos en todo el arco geopolítico.
Pero hay algo que me resulta intolerable por no decir totalmente inasumible. Es la mentira. Esa traslación falaz de las cosas que ahora, además, se alimenta con manipulaciones digitales, se extrae de los contextos y se ubica donde mejor convenga para, dicen, dañar al enemigo político. Y no es cierto. El enemigo político sabe que las cosas no son así. A quien dañan y engañan es a los ciudadanos electores, a quienes por cierta simpatía y con el sistema crítico atrofiado ven verdades mesiánicas donde no hay más que feriantes que venden ideología defectuosa y proyectos caducados.
Y parece que cada vez es más común recurrir a la mentira sin sentir el más mínimo rubor cuando te pillan, que suele ser al minuto siguiente. O es que los políticos han agotado ya el repertorio de argumentos racionales e ideológicos o es que el cambio climático está achicando el sistema neuronal de algunos dirigentes para reforzar la parte visceral con testosterona.
La mentira es muy grave, y muchísimo más grave en política por lo que significa de fraude a los ciudadanos a los que dicen servir. Pero lo más grave de todo es que tanta mentira cacareada ejerce un efecto simpatía sobre los partidos ideológicos emparentados que al final acaban construyendo juntos una quimera falaz, con una dictadura pasada como referente, donde no hay violencia machista, las mujeres tienen que aprender a coser, los niños no pueden conocer la diversidad sexual y los inmigrantes son el famoso “coco” que ahora, además de llevarse a las niñas, las viola. La mentira es ya tan universal que nadie la denomina en su idioma materno. Ahora en todos los lugares del planeta es una “fake”.
Me cuesta creer que todo ese esperpento y su cohorte de adeptos convivan entre nosotros, gobiernen pueblos, ciudades y autonomías, y construyan guetos segregacionistas entre nosotros.
No me extraña que los partidos políticos con cierto sentido de la decencia se hayan unido a pesar de sus abismales diferencias ideológicas. De no haber sido así yo me hubiese hecho un apóstata de la política y un expatriado voluntario del pasado que reivindican.