Es difícil abstraerse de la inmediatez en un mundo acelerado por la sucesión de los acontecimientos y gobernado por las encuestas más que por los políticos, cautivos de los datos demoscópicos. Y así nos va. Cuatro elecciones generales en cuatro años. Quizá eso que parecía una gran esperanza, con el amanecer de nuevas formaciones políticas como expresión de la voluntad ciudadana para dar por clausurado el ciclo del bipartidismo, tenga también algo que ver con las turbulencias que agitan la política. Al final, inmediatez y fragmentación se solapan la una a la otra y se constituyen en elementos clave para analizar este ciclo político convulso.
La inmediatez es enemiga de la reflexión y
no permite siquiera asomarse al horizonte. Los datos mandan y los políticos
obedecen. Y así día a día sin más horizonte que el siguiente sondeo. Las
ideologías y los proyectos políticos son esclavos de los datos y se van
alterando como el rojo y el negro de una ruleta. De la nación de naciones se
pasa al autonomismo, al federalismo, de ahí a procesos re-centralizadores y se
acaba en la sagrada unidad de la nación. Y depende de los datos, se puede
volver otra vez a la primera casilla. Y yo me pregunto ¿dónde está el proyecto
político? ¿Por qué los partidos se han embarcado en trayectos de tan escaso
recorrido y múltiples giros al albur de los datos?
La respuesta más sencilla sería echarle la
culpa a la fragmentación, que obliga a mirar siempre de reojo a quienes te pisan
los talones, antes que fijarte en llegar a meta. Es como un juego de
recortadores donde lo importante, y lo único, es el quiebro inmediato para que
no te coja el toro.
Pero la respuesta más sencilla no es
siempre la acertada. La forma de salir de ese círculo pasa por asumir la
realidad y adaptarse a ella. Si los ciudadanos han querido más partidos
políticos estos deben transformar sus esquemas de llegar al poder y aplicar sus
políticas desde una visión más compartida, negociada y pactada. Desterrar definitivamente
sus delirios de mayoría absoluta unipartidista porque eso ya no existe. Y
persistir en ello provoca cada vez más desafección ciudadana y frustración
social.
La ciudadanía ha dicho lo que quiere. Y
los partidos, como representantes legítimos de la voluntad popular, deben ser
expresión de esos deseos. Porque eso es lo único que legitima el ejercicio del
poder. La ciudadanía ha cambiado su ADN social, ahora les toca a los partidos
políticos para que el divorcio no se total e inminente. Los únicos datos
válidos son los que suman voluntades.