Creo firmemente en que las decisiones
plebiscitarias de los ciudadanos son soberanas y por tanto los ejecutivos deben
amoldar sus políticas a sus resultados. De lo que no estoy tan convencido es de
que las decisiones de los políticos a la hora de convocar esos refrendos sean
adecuadas y ponderadas cuando se realizan en momentos de zozobra ciudadana y
crisis económica. Entiendo que en este caso adolecen del necesario reposo y sosiego
que la situación requiere.
La convocatoria del referéndum del brexit por parte del primer ministro Cameron,
en plena crisis económica mundial, quería poner fin al acoso político al que
estaba sometido y a ese descontento abstracto pero latente en la población británica.
Pero sucedió como en la mayor parte de los casos.
La consecuencia de una mala decisión
política liquida del mapa electoral al actor que deja un testamento perverso
para los gobernados y sus sucesores en el cargo. Generalmente esas consultas
populares vinculantes suelen confrontar el estatus vigente con una situación
anterior que destapa añoranzas en un importante sector de población que tiende
a ser más conservadora que innovadora. Y ahí se corre el riesgo de alimentar las
nostalgias de un glorioso pasado frente a un futuro en construcción y por tanto
incierto. Las consecuencias de una victoria de esas posiciones, por muy
legítimas que sean, pueden interpretarse como una forma de lastrar el futuro de
la población más joven y dinámica que había interiorizado su condición de
ciudadanía europea. Sobre todo si tenemos en cuenta que el voto a favor del brexit se dio mayoritariamente entre los
ciudadanos de mayor edad y las zonas más rurales del país, donde el nivel de estudios
y formación en notablemente inferior al de los jóvenes y habitantes de los
grandes núcleos de población. En definitiva, se ha alcanzado un acuerdo con la
Unión Europea pero Gran Bretaña sigue profundamente dividida. Los que tienen más
pasado que futuro han decidido el futuro de los que apenas tienen pasado.
El último informe del Banco de Inglaterra
es demoledor. Una salida abrupta supondría una reducción del 8 % del PIB, y la
inflación se dispararía al 6,5 %. Incluso con el acuerdo alcanzado la reducción
del PIB sería de un 3,9 % en los próximos años.
A la vista de estas previsiones
internas uno se pregunta ¿dónde está la oportunidad de haber convocado esta
consulta? ¿fue una decisión política racional? No tengo claro el tiempo que va
a durar esta situación pero me temo que el debate del brexit seguirá entre los británicos como una
noria durante muchos años.